12. Una inesperada visita

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— ¿Cuál es la diferencia entre three y tree? —preguntó Bailey mientras movía un mechón de su cabello con el lápiz. Su cabello dejó de ser moreno para convertirse en un rubio oscuro. Estoy segura de que Robin tuvo algo que ver con eso.

— Uno es un número y el otro un árbol.

— ¡Pero en la pronunciación!

— ¡Estoy igual que tú! —me hundí en el libro que nos obligaron a comprar para la clase, es británico.

— Y eso que es un inglés avanzado —comentó, sin mucha importancia.

Le mostré el dedo del medio. Bailey soltó una risita y Dylan la acompañó. Levanté la cabeza y arreglé mi cabello. En serio, detesto esta clase. ¿Para qué la matriculé siquiera?

— Si vas a estar jodiendo, por lo menos ayuda ¿quieres?

— No me la han pedido.

Miré a Bailey que sonreía. Al ver mi expresión, su sonrisa se esfumó. Sé lo que está pensando y no me gusta en lo absoluto. Es nuestra tercera clase de inglés, ahora me siento junto a Bailey y eso pareció ser una invitación para que el ojiazul nos acompañase. Así fue desde la segunda clase, por suerte no mencionó nada del incidente y sobre nuestra "salida". Aún hay varias chicas que me lanzan miradas, pero he aprendido a ignorarlas un poco. Aunque, siendo sincera, trato de evitar hablarle mucho en todo momento.

— Elimina esos pensamientos —la señalé con el lápiz.

— ¡No he dicho nada!

— Lo veo en tus ojos —me guiñó un ojo y bufé regresando a la actividad.

— Déjame echarle un vistazo.

Me hizo una seña para que le prestara mi libro. Leyó unas cuántas páginas y asintió. La tailandesa se acercó un poco más a mí para escucharlo mejor. Estoy sentada en el medio.

— Es sencillo.

— Gracias, eh.

— Hablo en serio —me regresó el libro—. Es saber cuándo se utiliza el has, have y had.

— ¿Quién inventó eso? —Bailey se quejó mientras borraba todo lo que tenía escrito.

— ¿En serio no has hecho la tarea que es para hoy?

— Nah.

Establecí una regla para esta clase: importarme un culo lo que hiciera o me dijera, pero a este punto se me hace imposible respetarla. Su aire de cero preocupación alguna combinado con burla y ganas de joder, me causa demasiada rabia. ¿Cómo puede vivir así? Va en contra de todo lo que sé y me enseñaron. Y, para empeorar la situación, aún debo cumplir su maldito deseo que no se ha dignado en volver a mencionar.

— No eres un hombre de palabra.

Me miró durante unos segundos y esbozó una sonrisa. Prometió alejarse de mí si íbamos juntos a comer un helado y aquí estamos, tres días después.

— Nunca lo prometí.

Cerré los ojos y bufé. Mi paciencia tiene un límite y está llegando a un punto inexplicable.
Todo es su culpa.

— ¿En serio eres así?

— ¿Disculpa?

— Te crees el último refresco del mundo para tener a todos a tus pies —frunció ligeramente el ceño tratando de analizar mis palabras—. ¿Piensas que puedes ir haciendo lo que quieras sin consecuencia alguna solo por el simple hecho de tener un rostro atractivo o toda la maldita plata del mundo?

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