5. En mitad de la noche

207 13 0
                                    

Me duelen los pies de tanto caminar. ¿Cómo fui tan idiota? Todo por un maldito reto. ¿Qué mierda quería probar?
«Sabes muy bien qué es lo que quieres demostrar.»
Metí las manos en los bolsillos de mi abrigo. Debí traer una bufanda, será complicado adaptarme al clima.
¿Cómo funciona el sistema de buses en este país? Venía cada vacación escolar para conocer el lado materno y a mis abuelos, pero fallecieron cuando era muy joven y los del lado paterno jamás los conocí. Después de que mamá se fue sin mayor explicación, solíamos pasar la navidad o el año nuevo cada dos o tres años con la hermana de mi madre, su esposo y su hija. Somos familia de sangre, después de todo.

Las visitas se hicieron menos constantes a medida que iba creciendo y los pasajes de avión se volvían más caros. En el fondo sé que papá no quería verme sufrir al pasar unos días con la tía Megan sabiendo que ella sí permaneció junto a su hija.
Las veces que salíamos por turismo, el tío Xavier nos llevaba en su auto por ende nunca usé el transporte público. Me compraron una tarjeta y me enseñaron las rutas en Laval, acá en la capital es diferente. Max nos trajo en auto, por ende no medí la distancia exacta para regresar a la universidad.

Encontré una parada de autobuses y me senté en la banca de metal. Verifiqué el mapa pegado en la vitrina y en el mapa del celular para intentar ubicarme. Según esto y mi pésimo sentido de la orientación, podría arriesgarme a regresar a pie.

— ¿Perdida, preciosa?

Apreté fuertemente mi celular. Lo que hacía falta para esta preciosa velada.
Respiré hondo para darme la vuelta.
Demonios, cómo me hubiera gustado que la Tulivieja me hubiera llevado consigo cuando la vi una noche durante una salida escolar.
Él ladeó una sonrisa curvada. Sus manos dentro de los bolsillos de la gabardina.

— ¿Preci-qué?

Encarnó una ceja. Puse los ojos en blanco y me moví hacia la izquierda para alejarme. Apreté mi bolso contra mi pecho a medida que avanzaba.

— ¿Sabes? Es de mala educación irse cuando la otra persona está hablando.

Caminaba a mi lado, pero hacia atrás.

— Oh, ¿estabas hablando conmigo?

— Especialmente después de besarme sin mi consentimiento.

Suspiré y me detuve. Giré un poco a la derecha para verlo.

— Me disculpé por eso.

— ¿En serio? Pues yo no oí nada.

Relamí mis labios y puse un mechón de mi cabello detrás de la oreja. El viento alborotó nuestros cabellos, solo que a él se le veía bien. Mi moño de seguro está despeinado y debo parecer una loca.

— Lo hice.

— Bien, te creo.

Pensé que diría algo más, pero se limitó a mirarme. De arriba a abajo.
Lástima por él, siempre uso múltiples capas de ropa que no dejan mucho espacio para la imaginación pervertida.

— Bien, entonces —rasqué mi sien—. Adiós.

— ¿A dónde vas?

— A cualquier lugar donde no estés.

Me pareció escucharlo reír, más no le tomé importancia. No fue hasta que sentí su agarré en mi muñeca llevándome hacia atrás. Para él mi peso debe significar una esponja.

— Suéltame.

Liberó mi muñeca en el aire. Acomodé mi bolso sobre mi hombro.
Otra vez estábamos en la parada. La fuerte luz iluminó su rostro y finalmente logré reconocer el color en sus ojos. Un azul como el que acompaña las nubes en el cielo. Muy diferente a los de Robin, que son como el mar.

Aviones de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora