18. Borracheras y proyectos

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Casi me tropiezo al bajar el último escalón. Una nariz rota es lo que menos desearía en este momento. Si fuera una operación para las tetas, podría pensarlo, pero no la rinoplastía. He visto varios capítulos de programas de Lifetime, o más bien realitys. Recuerdo el de una mujer a la que el esposo le pagó la operación de senos y de trasero y se las hizo con dos días de diferencia. Podía sentir su dolor a través de la pantalla. Dylan extendió los brazos para prevenir mi caída, pero logré estabilizarme antes. Lo vi reír y recordé mi cabello. Literalmente me hice un chongo a lo descuidado y de seguro tengo un bolígrafo y un lápiz como si fueran palillos chinos.

— Lindo peinado.

— Buenos días para ti también —puse las manos sobre mi cadera—. ¿Lograste conseguir lo que te pedí?

— Preciosa, por favor —alardeó y puse los ojos en blanco.

Caminó hasta la parte trasera del auto para abrir el maletero. Esta vez era uno diferente, no el negro que suele usar; era blanco y tipo camioneta. Estuve a punto de preguntar si era dueño de una empresa de automóviles, pero de seguro es de su hermana. No me quedó duda alguna cuando vi la pegatina de dibujo de una madre con dos niños y justo los niños llevaban cada uno, el gorro representativo de los hermanos más populares.

— ¿Es suficiente?

Dos mesas que servirán para armar nuestro stand, manteles y otros objetos para decorar. Definitivamente he vuelto a respirar.

— Es perfecto. ¡Gracias, gracias! —di pequeños saltitos. Él comenzó a reír mucho y cerró el maletero. Le puso el seguro al auto y guardó la llave— ¡Dios, podría besarte!

Me cubrí la boca con las manos. ¿En serio dije eso? Yo misma me di una cachetada. Que vergüenza. Definitivamente es mi momento para mudarme al culo del mundo donde nadie me encontrará. Cuando me atreví a mirarlo, me sonreía. De esas sonrisas ladeadas que tienen un efecto diferente y único. El carmesí tiñó mis mejillas de solo recordar nuestro beso noches atrás. Ninguno quiso hablar sobre lo sucedido y me hubiera gustado culpar al alcohol. ¿Pudo ser que lo haya soñado? Eso ha de ser. Estaba dormida y todo fue parte de mi alucinación. El hecho de que haya soñado con él besándome con tanto desenfreno sigue siendo un misterio.

— ¡Quise decir! Eh, gracias. Muchas gracias. Te lo agradezco.

— Veo que no tienes tanto frío como pensé porque tus mejillas están coloradas.

Diciembre, el mes más frío del mundo. Tengo puestas cinco capas de ropa y un abrigo grueso específicamente para esta época y no se me quita. Es muy posible que contraiga un resfriado.

— Vengo de un país en donde las estaciones del año no existen como tal, solo la estación seca y lluviosa —metí las manos en los bolsillos del abrigo— y no hace el frío como aquí, nada comparado —cuando hablamos, sale el vapor por la boca—. Vamos —me dirigí hacia las escaleras.

— ¿Eh? ¿Y mi beso?

— Ya quisieras.

— Vaya —fingió un tono de dolor en su voz—, me escribes en la madrugada pidiéndome una lista de varios artículos en dos días porque los integrantes de tu grupo son un asco y no cumplieron con lo solicitado cuando tuvieron más de tres semanas. Consigo todo y ¿ni siquiera un abrazo? Soy una especie de aplicación de delivery.

— ¿Y los postres?

— Seré el conductor personal de Danielle y sus amigas durante un mes para que hiciera los cien cupcakes y demás que me pediste.

— ¿Cien? ¡No te pedí tantos!

— Tuvo que hacer más porque los hermanos y yo comimos varios —hizo un puchero.

Aviones de PapelWhere stories live. Discover now