UN GIRO A SU VIDA.

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      Unas luces la iluminaron hasta encandilarla, era Robert quien descendía del automóvil y se acercaba a ella.

     Sarah al lograr verlo se puso de pie, con intención de irse, habían pasado muchas cosas en el día de hoy, había deseado que llegara por días, lo esperó por horas, pero justamente ahora no era el momento, no.

—Espera —tomando su mano— no te vayas, no.

—No te quiero ver, por favor regresa por donde viniste, márchate.

—Sarah mírame —ésta así lo hizo, ambos tenían sus ojos cristalizados a punto de desbordar— no me iré, grítame, me lo merezco, pero por más que me pidas mil veces que me marche aquí me vas a encontrar, sosteniendo tú mano.

—De una mano me sostienes a mi y con la otra tomas a tú dinero ¿Cierto? 

—No, de una mano te sostengo a ti y con la tora cargo a nuestro hijo en brazos... 

—¿Qué? ¿Tú cómo lo sabes? 

—Como no sabía donde encontrarte decidí llamar a mi hermano desde el teléfono de Federico, él me lo contó todo muy molesto... —ella en ese momento miró al suelo cabizbaja— ¿Qué ocurre? hey... —tomando su barbilla para que volviera a elevar el rostro.

—Tanto para él... pero principalmente mi hermana... 

—No comprendo ¿Te hicieron algo?

—Para mi hermana soy una carga —rompiendo en llanto— no sé si estoy embarazada, pero las probabilidades son altas y ella ... para ella ambos somos una carga.

—Con más razón, deja que ambos se queden aquí y tú ven conmigo, sabes que eres el amor de mi vida Sarah y ahora vamos a tener un hijo, por favor, sabes que entre nosotros aún hay amor, aún hay fuego... ¿Qué dices? 

     En ese momento Sarah comprendió algo, bastante fuerte y trascendente en su vida, su hermana no era su punto de apoyo, a pesar que de niñas se juraron apoyarse siempre y en todas la pruebas que deberían pasar, pero hoy por hoy, ya no era así y quizás su hogar era con Robert y con su hijo,  pero ella sabía que volvería a pelear, que no todo podría ser color de rosas, que su vida siempre se iba a ver marcada por el yugo de la avaricia y no quería que su hijo o hija creciera con eso.

—No puedo —respondió ella finalmente— lo siento Rober, pero no.

—Sarah... entonces... ¿Quieres qué sea el fin? 

     Su peor miedo poco a poco se fue haciendo realidad y ahora el tocaba encontrarse con la cruda verdad, todo se estaba acabando, pero ¿Eso también lo quería él? ¿En qué tono se lo preguntaba?

    Ella ¿Quería acabar con esto? muchas veces no nos damos cuenta de lo que decimos, no llegamos a tomar noción de las palabras que salen por nuestra boca, pero ahora era diferente, hasta podría decir que no quería que soltara su mano, la cual desde que llegó sostuvo.

—Sarah, vamos a casa, te dije que nunca iba a marchare y su lo hago de aquí será junto a ti, porque sólo no me pienso ir a ningún lado y mucho menos dejarte aquí sabiendo lo que te hicieron.

    Ella asintió, éste el dio un leve beso en los labios y luego caminaron hacia el automóvil.

—Sarah! —la llamó su hermana, la pareja se detuvo al ver a la mujer correr hacia ellos.

—Dime hermana.

—¿Vienes a disculparte o a seguir diciendo qué es un estorbo para ti? —inquirió Robert.

—No... en realidad... hermana sabes que jamás pensaría algo como eso.

—No lo pensaste, lo dijiste, cosa que es peor, mucho peor, sabes, ahora no puedo borrar eso de mi cabeza y cada vez que te veo, ese momento regresa a mi.

—Sarah, no entendiste bien lo que dijimos pero...

—Sin rodeos Alice —interfirió Robert— dinos a qué has venido.

—Sabes que nuestra situación no es la mejor y ahora con los días que Sarah estuvo aquí todo se vió más apretado por así decirlo y... como tú estás aquí Robert... tú eres del ejército... podrías darnos un poco de dinero, por los días que Sarah estuvo aquí.

     Sarah al oír esas palabras sólo le escupió a su hermana en el rostro.

—Ahí tienes tú dinero y no te preocupes que no me volverás a ver por aquí.


      Ya en el automóvil, luego de unas dos horas de viajes y tres paradas para vomitar, por fin llegaron a la ciudad.

—En verdad lo digo mi amor —habló Robert mientras conducía— tú te quejas de mi, pero ellos 

son mucho peor que yo y eso que nadie les hizo nada, ellos sólo cayeron en su propia...

—Avaricia —le respondió ella.

—Hablando de eso... no volverá a suceder, no lo niego, el dinero me cegó, en verdad quería ser como aquel coronel o tener un puesto más grande, pero ya no más, a partir de ahora sólo seré feliz con lo que soy.

     Ella muy complacida por lo dicho lo volvió a besar, pero esas palabras duraron mucho menos de lo que se podía esperar.


     Llegaron a la casa un viernes, sábado y domingo se la pasaron muy acaramelados, habían ido al hospital y para fortuna de ambos, serían padres, Sarah estaba embarazada.

    El lunes Robert asistió al cuartel, se había tomado muchos descansos y pensó que si en verdad iba a aceptar su vida tal como era, debía comenzar por ir al trabajo, el cuartel.

—Soldado Wilson —lo llamó el suboficial— debe presentarse en la oficina del comandante ahora.

     Robert no creyó que fuera nada malo, pero al cruzarse en el camino con Federico, éste le susurró al oído— Estás frito, intenté salvarte, pero no me escuchó —luego de eso palmeó su hombro y se marchó silbando una marcha fúnebre, sí, cuando había que dramatizar o ser pesimista su amigo se llevaba el primer puesto.

     Robert sentía como su mano temblaba a la hora de girar la perilla de la puerta, comenzó a sudar y tragó en seco al ver al comandante sentado y al coronel a su lado.

—Señor, me dijeron que quería verme.

—Lo lamento mucho Robert, te conozco desde hace mucho tiempo, sé la clase de hombre y soldado que eres... 

—Me es muy grato lo que me dice, aún así no logro comprenderlo.

—Es sencillo Robert, ya no podemos permitir todo lo que haces, todas tus faltas ¿Acaso ya no sientes la misma pasión y compromiso por esto? ¿Quieres dimitir? 

—Claro que no señor, amo esto y lo cuido como mi vida.

—Si así cuidas de tú vida... —suspiró y el coronel rió.

—Señor sé que he tenido algunas faltas y prometo mejorar.

—Me cansé de oír eso de tú parte, lo siento, pero creo que no tienes lo que se necesita para ser uno de nosotros, soldado Wilson, se te ha dado de baja.

     Él lo dijo, aquel hombre lo había dicho, para aquel hombre fue sólo cuestión de minutos decir las palabras que arruinarían toda su vida, que lo dejarían caer al vacío, con una esposa y un hijo que iba a nacer pronto, Y justo cuando dijo qué cambiaría! definitivamente era un cambio, un gran cambio y para peor, lo habían dado de baja.


ÁVARO AMORWhere stories live. Discover now