PARTE DE SU IMAGINACIÓN.

2 0 0
                                    

     Eran exactamente las diez de la noche, Sarah estaba profundamente dormida, era el momento de partir.

     Se encontró con el coronel en el cuartel y para su sorpresa, también el general y Federico.

—¿Tú? —preguntó el último nombrado atónito.

—Ya me era extraño que tú no estuvieras metido en esto.

—Cállense! —gritó el coronel.

     Al llegar a la parte trasera, uno por uno fueron haciendo las cargas de armas, pólvora y otras cosas, las llevaban de un lado a otro, así hasta llenar cinco camiones.

—No comprendo —habló Robert— ¿Por qué lo debemos hacer nosotros? me duele la espalda de tanto cargar.

—El jefe así lo quiere, sólo manda los camiones con los choferes, del resto, nos encargamos nosotros.

—Coronel no se moleste en explicarle —habló Federico— una cosa es ser un hombre y otra, un ingenuo estafado.

—Maldito! —gritó intentando golpearlo, pero éste se alejó y el puñetazo de Robert sólo dio al aire.

    Ambos parecían dos perros con rabia, aunque por momentos Federico parecía aquel hábil gato inteligente, el que no le teme a ningún perro, mucho menos a Robert.

     Luego de que el coronel le diera unos golpecitos a la parte trasera de cada camión, estos se fueron dejándolos solos a los cuatro.

     El coronel hizo una seña para que se acercaran y les dio a cada uno un sobre blanco.

—Gástenlo con sabiduría —dijo.

     Robert abrió el sobre y al ver lo regordete que era, su rostro se iluminó, hasta que Federico colocó su mano en el sobre.

—¿Qué haces?

—Noche, chica, bar, beso, mitad, dinero, Federico ¿Lo comprendes? 

—Ni lo sueñes.

—Como quieras, no te estoy obligando a nada, amigo, mañana andaré por el vecindario, tú sabes, veré viejos amigos y quizás visite a Sarah... 


      Robert caminaba más que enfurecido por la calle mientras pateaba unas piedritas ¿Hasta cuando debía seguir pagando por sus errores? ¿Acaso la vida estaba molesta con él? era rencor sin lugar a dudas.

      Lo sabía, sería siempre su propio enemigo y a la vez su fiel aliado, Robert era todo, protagonista, antagonista, su propio villano y eso le hacia temer, dado que nadie lo conocía mejor que él mismo.

     Ahora tenía la mitad del dinero, aún así era suficiente para estar bien por un largo tiempo y ser feliz junto a Sarah y su hijo, mientras la verdad no saliera a la luz, podría estar tranquilo, a pesar de tener a ahora a Federico detrás de sus pasos y eso era peor que verdugo con guillotina e incluso peor que el mismo jefe de la mafia.

      Estaba a sólo unas cuadras de su casa, cuando ve a aquella mujer sentada en su puerta, no, no era una alucinación a pesar de haberse frotado los ojos varias veces, en verdad era ella.

—¿Qué se supone qué significa esto? mira, si es algún tipo de broma te pido que te vayas, puedo llamar a la policía.

     La mujer elevó su rostro para mirarlo, sus ojos estaban cristalizados— ¿De qué hablas? ¿Qué haces aquí? 

—Esta es mi casa y tú una visita que ya mismo se irá.

—No sabía que era tú casa, no te conviene llamar a la policía, te lo digo por tú bien —poniéndose de pie— puedo hacer que amanezcas muerto.

—Eres una loca, mira, no sé lo que quieres de mi, pero ya vete.

—Eres muy narcisista ¿Lo sabes? ya deja de pensar que todo tiene que ver contigo, no sabía que era tú casa, loco.

     Comenzó a caminar, esta vez no llevaba aquel vestido rojo, por el contrario, venía vestida de azul oscuro, como si viniera de una reunión de negocios, su atuendo era muy normal.

—Espera... —la llamó, ésta se detuvo a verlo— ¿Cuál es tú nombre? 

—¿Por qué tendría qué decírtelo? no es mi obligación, no lo haré.

     Luego de esto, definitivamente se marchó.

     No lo negaría, el hecho de haberla visto nuevamente hizo que recordara todo aquello que se había jurado a sí mismo olvidar, no creyó que eso le pasaría, creyó que la olvidaría, en verdad pensó que no volvería a verla nunca más, vamos, seamos realistas, ¿Quién se encuentra dos veces con el mismo desconocido y una de ellas en la misma puerta de su casa? 

     

      Al llegar,  Sarah seguía dormida, se sentía fatal al imaginar que pensara que se aprovechaba de su condición para huir por las noches, sólo rogaba que no le sucediera nada mientras él no estaba y que su hijo no fuera tan traidor de nacer de madrugada, de ser así estaría realmente perdido, no podía dejar a Sarah sola, pero si no asistía a las doce en punto, la mafia, el coronel y Federico vendrían a su yugular cual vampiros.

     Deseaba volver al pasado, hace unos cuantos meses atrás, su vida era algo completamente ordinaria, tranquila, cuya única preocupación era el llegar a fin de mes y su único trajín, el llegar temprano al cuartel, a pesar de nunca hacerlo, la alarma de su reloj estaba puesta y nadie podía desmentir eso.

      Necesitaba un aliado en todo esto, pero no tenía a nadie, estaba completamente solo con sus mentiras de pata y muy en el fondo se sentía orgulloso de ser tan sínico que después de hacer todo lo que hizo y del encuentro abrupto con aquella bella mujer, luego estaría en su habitación, durmiendo muy abrazado a Sarah, se sentía peor que Federico y eso era decir mucho.

      Pero nada fue como lo esperó, dado que al cerrar sus ojos esa mujer volvería a aparecer, como un espejismo, un sueño o una alucinación, estaba completamente seguro que no estaba dormido, sólo había cerrado sus ojos, sólo eso.

    Ella se sentaba a un costado de la cama con ese mismo vestido rojo, con ese, con el que la conoció, le sonrió y la miró fijamente, luego ella miró a Sarah, la miró con expresión de odio hasta que su vista volvió a él y regresó nuevamente su sonrisa, besó y casi en un sólo instante desapareció.


      Abrió los ojos colapsado, no sólo esa mujer formaba parte de su realidad, sino también de sus sueños y sus más delirantes alucinaciones.

—¿Qué te ocurrió? ¿Estás bien? —le preguntó Sarah sentándose en la cama.

—Eh... sí... sí, sólo fue una pesadilla... no fue nada.


ÁVARO AMORWhere stories live. Discover now