AMAR SIN AMOR

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     En una mansión muy lejos de allí, —al menos unos dos kilómetros— se encontraba aquella bella mujer, recién llegaba a la casa, se había quitado los zapatos por el camino y tenía un sueño que no veía adelante.

     Todas sus noches eran así y ya no tenía recuerdo reciente en su memoria de alguna noche normal.

     Desde que su padre— el gran jefe— la obligó a casarse con Patrick —socio de su padre— su vida había dado un vuelco inimaginable.

     Todas las noches, ella huía lejos de allí, lejos de la casa de su padre y de su habitación, no quería permanecer un sólo instante cerca de Patrick, a pesar de que al llegar éste mismo la esperaba muy molesto.

—¿Estabas otra vez en ese vecindario de pobres? no sé para qué te pregunto si es más de seguro que sí, Tan sólo mírate! ¿No te has puesto a pensar en mi reputación? 

     Ella rió— como si yo hubiera deseado toda mi vida casarme contigo, tú sabes que no te amo y no te amaré nunca.

—No puedes hacer esto todas las noches.

—Muy bien, estoy de acuerdo —acercándose a él— hagamos un trato, no salgo más por las noches como tú quieres —estirando su mano para que éste la estreche— pero tú, a cambio, te vas de mi vida para siempre.

     Él la abofeteó, su labio sangró, ella rió— Sabía que ibas a decir que no, eres muy poco hombre como para dejar que la mujer con la que te has casado sea feliz.

—A mi no me importa tú felicidad —sentenció.

—Mi madre quería que me casara con un hombre, un verdadero hombre, uno que me hiciera feliz, pero mírate y mírame, no soy feliz a tú lado, porque en lugar de haberme casado con un hombre, en su lugar tengo una imitación.

     Patrick muy molesto lanzó un puñetazo al espejo, su mano sangró y en forma, pero ella no hizo nada, sólo se sentó en la cama mientras que con un espejo de mano se maquillaba, que nade se enterase que había llorado, aunque no podía decir lo mismo de aquel golpe, su labio se veía muy mal.

     Patrick se encerró en el baño, luego de unos segundos salió con una toalla envolviendo su mano, ésta era blanca con unas flores bordadas, pero estaba tornándose con un tono carmesí, la mira mal y sale de allí.

      La bella mujer comenzó a sollozar en silencio, no era feliz, definitivamente no quería eso para ella ¿Esa sería su vida? ¿Acaso pasaría toda una vida al lado de un hombre qué no amaba? 

     Sólo era una joven de diecinueve años, enamorada de un hombre que no conocía, pero que aquella noche en el bar le había dado su primer beso.

     La realidad es que llevaba sólo meses casada con Patrick y ésta nunca lo había dejado acercarse, jamás, por las noches salía y no regresaba hasta el amanecer, salía sin rumbo alguno, por la mañana estaba atenta a todo, no permitiría que Patrick se acercase, era un hombre de la edad de su padre, que luego de la muerte de su madre, se comienza a acercar a su hermano para poder convertirse en socio, aunque ella siempre sospechó que Patrick  estaba interesado en su madre, había oído una conversación y por eso ahora actuaba así, porque sabía la realidad de las cosas.

     Recordó como siguió esa noche del beso, la excusa de que se había molestado le era perfecta, para ver como se iba aquel hombre, él también emprendía rumbo a su casa, inmediatamente frenó un taxi, aparentó que se marchaba y lo siguió, fue así como logró saber cual era su dirección, ahora tenía otro lugar al que acudir cuando las paredes se caían sobre sus hombros y sentía que ya no podía más.


     Por otra parte del mundo, Robert recién llegaba al cuartel, no había terminado de saludar a la primera persona que se encontraba cuando el coronel le palmea el hombro y le dice: 

—Fui a buscarte anoche, pero había una mujer en tú puerta, mañana a las doce.

—Está bien.

    Genial!, como si no tuviera suficientes problemas, ahora esa mujer se había encargado de poner su mundo de cabeza y ahora hasta el coronel lo sabía, sólo rogaba que esto no llegase a oídos de Rosa, si eso ocurría, listo, estaba acabado, todo el mundo lo sabría y para su desgracia Federico le contaba todo a su esposa, así como ella a él, la hora de la cena en esa casa era mejor que un programa de chismes.

     

     El día transcurrió con total normalidad, al llegar la hora de regresar, le dijo a Sarah —quien estaba en la sala— hoy no vamos a comer aquí.

—¿Qué?

—Lo que oyes, vamos a algún restaurante.

—Robert... —poniéndose de pie y mirándolo como si su esposo hubiera acabado de perder la razón— tenemos problemas económicos ¿Lo olvidas? 

     En ese momento no supo qué decirle, se maldecía a sí mismo por dentro, tenía dinero, en dos días tendría más, pero no podía disfrutarlo con Sarah, era todo un secreto y ella creía que tenían problemas económicos.

—Sí... —habló por fin— pero no te preocupes, me han dado un adelanto ¿Recuerdas qué regresé al ejército? —ella asintió— ya no tendremos que preocuparnos por eso. 

—Pero tú sólo eres soldad, Rosa se la pasa pavoneando con que su esposo ahora es oficial.

—¿Rosa? ¿Qué? ¿Qué con ella? ¿Hablaron?

—No, no la he visto, pero las demás vecinas me contaron las cosas que hace.

—Es un alivio —soltó sin darse cuenta que lo había dicho en voz alta.

—¿Qué? ¿Qué dices? ¿Qué es un alivio? 

—Oh... no, nada, sólo lo dije sin pensar.

ÁVARO AMORWhere stories live. Discover now