EL ESCAPE DEL INFIEL

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      Federico llegó hasta el automóvil y la vio a Rosa llorando, abre la puerta del asiento de ella y al toma de las manos.

—Basta de llorar, te he dicho que nunca te daría un motivo para llorar, por eso estoy acá.

—¿Qué? —mirándolo.

—Robert me dijo que fuera a encontrarme con su amante para decirle que él no podría ir.

—¿Y qué dijiste?

—En ese momento recordé una cosa... su amante se llama Julieta y el mundo es muy corto mi amor y es muy probable que esa Julieta sea la hija del jefe de la mafia.

—¿Cuál? ¿Para el qué tú trabajas? 

—Así es y yo tengo un excelente trato con el jefe, mañana mismo voy a decirle la verdad al gran jefe, no puedo ponerlos en peligro a ustedes, juré que le iba a ser leal a gran señor Augusto.

—Dime algo... ¿Sólo por eso regresaste? 

—Por eso y porque te vi mal, al notar como estabas... Rosa tus presentimientos siempre son acertados, supe que si estabas así ese probablemente sería mi fin y no me quiero morir ahora.

—Te amo —besándolo.

     Su hijo tocó la bocina del auto despertando a su hermana.

—Es muy bello el momento, pero tengo hambre y nos espera un festín en el restaurante... vamos y luego se besan ¿Sí? 


     Mientras todo parecía un cuento de hadas para Federico, Robert estaba entre la espada y la pared, Sarah estaba recostada en la cama, su vientre aún seguía muy duro y ella no dejaba de llorar maldiciéndolo a Robert, pero él no la escuchaba, no sabía en qué momento le había dejado de importar todo esto, se harían pronto las tres y él aún en la casa, no se había cambiado y aunque así sucediera, Sarah no se dormía por nada del mundo, no sabía cuando regresaría, su última opción era Federico, bueno, en realidad su única opción, pero él no aceptó y eso hizo que su gran plan se cayera a pedazos como una rosa deshojada, pétalo por pétalo.

     Salió afuera para tomar un poco de aire, sólo a la puerta aunque las ganas de salir corriendo lo invadieran por completo, bueno, no por completo porque de ser así lo hubiera hecho.

     Pudo ver a lo lejos como se acercaba Oscar algo ebrio.

—Oscar! Amigo ven!

    El ebrio lo miró y luego se acercó a él— No soy tú amigo.

—Lo que sea amigo, necesito que me ayudes con algo.

—Depende.

—Te pagaré, claro que te pagaré, necesito que vayas al restaurante, ese que es el más famoso del centro y le digas a una joven...

—¿A tú amante? 

—¿Tú también lo sabes?

     Oscar asintió— Me lo dijo Rosa.

      Genial y doble genial! ahora hasta el hombre más despreocupado lo sabía, Hasta él lo sabía! definitivamente éste era un golpe muy bajo en la reputación de Robert y mucho más en la de Sarah, pero no podía hacer nada, no quería separarse de Julieta, sentía que el destino se la había enviado, como una señal, una bella luz que llegó a iluminar su vida y ya no quería alejarse de ella, había tardado mucho en llegar como para que ahora se marchase o alejarla de su vida.

—Te diré lo que harás... irás al lugar que te dije, verás a la joven que por lo visto conoces y le dirás —aclarando su garganta— el estimado señor Robert no puede asistir por un acontecimiento urgente e inesperado que prontamente él podrá explicar en su próximo encuentro.

—¿Qué?

—Simplemente dile que no la podré ver, que luego le explicaré todo y que la espero pronto.

—De acuerdo, pero me darás mi dinero —apuntándolo y haciendo más grave su voz.

—Te daré el doble si quieres, pero vete ya que sólo faltan cuarenta minutos para las tres.

      Oscar asintió y se marchó, Robert ingresó nuevamente a la casa.

—No tienes que quedarte si no quieres, sé que para ti esto es una molestia, una piedra en el camino.

—No digas eso.

—No diré mentiras, tú cuerpo está aquí, tú cabeza, tú alma y tú corazón no, están afuera, en otro sitio donde yo no tengo permitido ingresar, porque ese es tú mundo y yo no formo parte de él, ése bebé mucho menos supongo.

—¿Cómo estás ahora? 

—Mejor... —mintió— supongo que dormiré.

     Sarah en cuestión de minutos se quedó profundamente dormida, o eso creía Robert, mientras que él, aprovechó la situación y con todo sigilo salió de allí.

   

   Sarah al oír el sonido de la puerta, supo inmediatamente que se había ido, se puso de pie, tomó su bolso y frenó el primer taxi que vio.

—¿A dónde? 

—Al hospital más cercano por favor.

     El chofer asintió y comenzó a conducir.

    No estaba bien, se seguía sintiendo igual que antes, pero no podía compartirlo con nadie,  porque se sentía como una carga para él, como si tuviera que lidiar con la mujer embarazada, al menos así lo sentía ella cada vez que él la veía, sin importar que esa mujer era su esposa y la supuesta carga su hijo, podía notar desde lejos como quería huir y ella ya no quería retenerlo, ya no, ya no lo quería en su vida.


      Robert estaba casi dos cuadras del restaurante, sentía que cada vez faltaba menos, aunque se arrepentía de haber ido a pie y no utilizar el auto por temor a que Sarah descubriera que se había ido, si despertaba le podría decir que estaba en el fondo de la casa o que simplemente había oído ruidos extraños en el jardín.

     Sentía que en cualquier momento escupiría un pulmón a pesar de haber ido caminando, no correría, podría sudar. 

ÁVARO AMORWhere stories live. Discover now