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Era el chico más hermoso que Jungkook había visto. No era del tipo que detuviera el tráfico o arrastrara miradas en la calle. Simplemente era atractivo, etéreo e irreal. Verlo mandaba un impulso directo al medio del pecho, convirtiendo en doloroso el simple acto de respirar.

La expresión «tan bello que duele» por fin tenía significado.

Esa tarde Jungkook había salido con el único propósito de comprar un regalo para la tía Eunji, cuyo cumpleaños sería la semana entrante. A su madre ni la llamaba, pero por su tía era capaz de usar esa tarjeta de crédito dorada que nunca sacaba de casa.

La noche anterior, Seokjin, el novio de su amigo Namjoon, le había recomendado una librería de donde, en teoría, saldría con algo perfecto entre las manos, aunque cuando llegara no tuviera la menor idea de qué era lo que estaba buscando.

Ahora, de pie frente a la vidriera, esas palabras parecían una maldita predicción.

El chico detrás del mostrador vestía una camiseta manga larga color marrón con dos franjas verticales amarillas en las que unos cotorros habían sido plasmados. Su cabello castaño estaba peinado a conciencia dejando su frente despejada y usaba lentes, de esos que tienen una montura gruesa. Estudiaba con concentración el libro que tenía enfrente, arqueando las cejas de vez en cuando como quien sostiene un largo debate consigo mismo, para luego escribir apresuradas notas en un cuaderno.

Parecía una especie de hada intelectual escondido entre mundanos.

Los intelectuales nunca habían sido su tipo, y los frágiles no podían aguantar lo que a él le gustaba hacer con ellos. Aquello de ser un buen muchacho era algo que le estaba negado por la propia conformación de su ADN.

Los niños buenos eran un fastidio: había que hablarles bonito, ser amable y respetuoso, cortejarlos antes de que te dejaran ponerles un dedo encima y luego follártelos con suave y lenta agonía, si es que acaso no te quedabas dormido antes.

Sin embargo, tuvo que prácticamente obligarse a dejar de contemplarlo por la vidriera, como todo un acosador, para entrar en la tienda.

—¿Puedo ayudarlo en algo?

—Hola —respondió Jungkook, soltando su típica sonrisa tranquilizadora.

El chico parecía un venadito asustado y él no quería que saliera corriendo. Estaba absolutamente maravillado con el brillo de sus ojos cafés que, a través de los cristales de los lentes, le recordaban a un trozo de delicioso chocolate.

—Buscaba un libro para mi tía.

—¿Algo en particular?

¡Dios! ¿Cuándo había sido la última vez que había visto a un chico tan perfecto? Su piel canela lo instaba a comprobar su suavidad y lucía tan… limpia.

—Poesía —le dijo unos segundos más tarde, cuando se dio cuenta de que le estaba preguntando algo que necesitaba responder para no quedar como un completo idiota.

—Voy a necesitar algo más.

Jungkook estuvo a punto de soltar algo como «yo puedo darte todo lo que necesites», pero se mordió la lengua. No era una línea para ese tipo de chico. De hecho, no creía tener en el arsenal ninguna línea para ese tipo de chico. Alguien como el bonito bibliotecario no le daría ni la hora a alguien como él. A menos, claro, que buscara redimirlo (y él no tenía la menor intención de ser redimido), o fuera de esos niños bien que ansían una caminata breve e intensa por el lado salvaje.

Se negaba a imaginarlo en cualquiera de los dos papeles.

—Neruda —le dijo, tragando grueso ante la idea—. Necesito que sea algo especial.

Addicted To You ❀ KooktaeWhere stories live. Discover now