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Tras cerrar la tienda y tomar el metro de regreso, Taehyung hizo una parada estratégica en su restaurante favorito por algo de comida para llevar. Nada mejor que el exceso de carbohidratos fritos para sentirse mejor con uno mismo.

Durante todo el trayecto, como de costumbre, repasó mentalmente la lista de tareas pendientes para esa noche y la mañana del sábado, pero esas listas tenían como marca de agua el rostro de Jungkook.

Jungkook. Hasta el nombre le iba bien. Un sujeto así no podía llamarse Kangho o Bakcho, tenía que tener un nombre que sonara intenso. Aunque, con ese aspecto y esa sonrisa, y si además recitaba de memoria versos de Neruda y Shakespeare, bien podría llamarse Chunmin e igualmente ser sexy.

Mientras el atractivo chico estuvo en la librería, Taehyung había hecho un esfuerzo sobrenatural por no quedarse mirándolo como carnero degollado y, antes de que se convirtiera en acción, sometió por la fuerza esa curiosidad por saber qué se sentiría al pasar la mano por sus cabellos o incluso por los alfileres de su ceja o de su labio.

No dejó de repetirse, casi como un mantra, que ese no era el tipo de hombre que le atraía. Por el contrario, era el tipo de persona con las que Minjae salía, y la experiencia vicaria le había enseñado que solo generaban problemas.

No obstante, a pesar de la letanía mental, durante todo el rato lamentó no haber pulido en el pasado sus habilidades sociales para encuentros fortuitos con hombres de cabello largo, piercings y anillos de plata.

«¡Basta, Taehyung!», se regañó mentalmente.

Ningún anillo de plata, cara de ángel o cabello largo era excusa para esa bruma mental y estado de estupidez consumada.

Él iba a la universidad nacional y allí había chicos lindos, iba de vacaciones a Gangwon-do en el verano y allí también había chicos lindos, y ni hablar de los que veía en el club de golf de su padre. Pero, aunque se consideraba todo un adalid de la belleza masculina y, como tal, no estaba ciego, ninguno de esos sujetos lo había convertido en un ruborizado muchachito que sonreía emocionado por un libro de poesía.

Por lo general los veía, los apreciaba en toda su magnitud y luego los olvidaba y recibía el mismo tratamiento por parte de ellos. ¡Muchas gracias!

Nunca le molestó la indiferencia. ¿Por qué habría de hacerlo? Le gustaba que lo dejaran en paz. Las relaciones románticas no entraban en su ajustada agenda. Si algún desafortunado traspasaba la barrera, sin pelos en la lengua le dejaba bien claro que no estaba interesado.

Pero no con Jungkook. ¡Hasta había coqueteado con el chico! Solo le faltó batir las pestañas.

Menos mal que su Pepe Grillo contador vino a su rescate, dejándole en claro que estaba coloreando el dibujo de su vida fuera de las orillas, e incluso le mostró el rostro ceñudo de su padre y la mirada preocupada de su madre si en algún momento aparecía con semejante compañía en algún evento familiar donde el hijo perfecto era exhibido con bombo y platillo.

Tuvo que esforzarse como nunca para dejar de imaginarse a Jungkook recitando Romeo y Julieta bajo un balcón y entregarle el libro, justo cuando se dio cuenta de que estaba a punto de invitarlo a salir.

La idea aún le producía esa comezón inquieta, típica de una curiosidad sin satisfacer.

En cuanto traspasó la puerta del apartamento, cargado con bolsas de delicias grasientas, fue sorprendido por un olor a quemado que salía del baño y una música ruidosa que brotaba del portátil de Jimin.

No tuvo tiempo de alarmarse. El misterio quedó rápidamente descifrado cuando, con su cabello rojo recién planchado y vistiendo nada más que unos boxers negros, su compañero apareció en la sala justo cuando dejaba los recipientes llenos de tteokbokki y de pollo frito en la mesa baja del salón para ir a investigar.

Addicted To You ❀ KooktaeWhere stories live. Discover now