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Había pasado un mes desde aquella noche en que Taehyung prácticamente forzó a Jungkook a ir a la cama con él y aún no se acostumbraba al acceso repentino de excitación que parecía tomar posesión de su cuerpo cada vez que el chico tenía a bien usarlo como instrumento. Algunas veces era como si él fuera el traste de su guitarra; otras, el piano; y la mayoría simplemente era un tamborileo sutil, como una clave Morse que su cuerpo interpretaba como señal de que debía prepararse para recibirlo.

Claro que las interpretaciones de su cuerpo eran las correctas cuando estaban desnudos en la cama o al menos solos, pero cuando se encontraban en The Lost rodeados de gente, sus deseos se encontraban con una piscina de hielo. En público sus interacciones no pasaba nunca de un ligero beso, una tierna caricia o el toque de unos dedos, siempre ocultos de la vista de otros.

Habían hablado de muchas cosas durante el último mes: de sus padres, de su hermano, de la carrera que Jungkook se quería labrar para sí mismo como músico y de sus expectativas en la medicina, pero nunca de aquellas palabras que el chico le había dicho en el pasillo del bar.

Una parte de él estaba convencido de que habían sido exageradas, y a la otra, la que creía que eran ciertas, no le importaban, porque por primera vez en su vida las definiciones eran lo de menos.

No quería definir lo que Jungkook era, tampoco quería definir lo que eran juntos. Taehyung estaba contento con cómo estaban las cosas y tratar de reducirlas a una simple palabra era trivial.

La mano del pelinegro se movió desde detrás de su cuello y descendió perfilando con la punta de los dedos la línea de su espalda hasta terminar en su cintura, donde se posó con posesividad. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero y Taehyung ya estaba listo para irse directamente al departamento. Ni siquiera entendía por qué habían ido.

Últimamente no salían mucho. La vida con Jungkook no era caótica como había sido en un principio. Aunque él se esforzaba por seguir siendo espontáneo y no pensar tanto, era el pelinegro quien se encargaba de que tuvieran un sistema ordenado, con horarios y rutinas, que le impedían caer en una crisis de estrés, perder clases u olvidar que era sábado y tenía que almorzar con sus padres.

Los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina, y Jungkook, aunque había declinado la invitación de su familia para volver a Gangwon, sí estaba trabajando como arreglista para el nuevo disco de su madre. Por ello, cuando no tenía que tocar con Ares, presentaciones a las que él ya no asistía debido a las responsabilidades académicas, pues tenía mucho que recuperar, se quedaba en su casa trabajando en las partituras nuevas de Min Heeseok.

Esos días Jungkook se sentaba en el piano a componer y Taehyung en el sofá a estudiar, arrullado por baladas que invariablemente trataban sobre un hombre malo o un corazón roto. Algunas veces la música paraba y el pelinegro iba hacia él, le quitaba el portátil o el libro del regazo y le hacía el amor en el sofá. Cuando volvía a trabajar, la canción sonaba mil veces mejor y, por supuesto, él no podía volver a pensar en el uso adecuado del bisturí.

Sin embargo, esa noche Jungkook había insistido en que debían ir a ver a Ordnung, porque Seokjin estaba fuera de la ciudad y Namjoon necesitaba apoyo.

Sinceramente, Taehyung no creía que Namjoon necesitara apoyo para nada en su vida. De hecho, el hombre podía ser el apoyo de treinta personas y un autobús, pero Jungkook había insistido. Eso sí, en cuanto terminaran de ser unos buenos amigos para Namjoon había algo que quería hacer: sentir a Jungkook sin ningún tipo de protección.

En el último mes el chico se había hecho todos los exámenes de sangre disponibles para asegurarse de que estaba «limpio». En un principio, la espera era buena, le daba tiempo a mentalizarse, pero últimamente parecía más una excusa que otra cosa. Ya no había más pruebas que hacerse y todo tipo de preparación estaba hecho.

Addicted To You ❀ KooktaeWhere stories live. Discover now