1. De verdad...

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Ese día empezó siendo extraño.

No acostumbraba beber demasiado, pero se había tratado de la fiesta de fin de año, tenía que entrar en ambiente. Además, hace muy pocos días había cumplido 20 años, y no había festejado, se encontraba algo deprimido por ello, pero el 28 de Diciembre también lo estaba, por eso no festejó.

Sus padres solían realizar esa farsa terrible de celebración todos los años sin falta, y claro que le habían insistido días antes sobre qué quería para sus 20, porque no se cumplían 20 años todos los días. Louis en verdad no quería nada, excepto no cumplirlos. Cuando cumplió 18 sintió lo mismo; una preocupación, un vacío. Crecer daba asco. Y ser mayor de edad era una cosa, pero ya tener 20, no haberse graduado aún y seguir viviendo cómodamente en casa de sus padres, era otra muy diferente. Desde que empezó a ser consciente, y a entender cómo se manejaba el mundo, además de la condición de la sociedad en la que vivía, esa en la que no disfrutabas por completo hasta que no te enamorabas de la persona correcta (porque, por Dios santo, no bastaba con querer a alguien, tenía que ser a ese alguien, tu alguien, esa persona que sólo te pertenezca en cuerpo y alma a ti, y tú le pertenezcas únicamente a ella igualmente), Louis comenzó a detestarlo todo. Porque no era justo, de verdad que no. No era para nada justo. ¿Qué tal si la persona de su vida era una preciosa coreana que jamás viajaba, una señorita que vivía al otro lado del mundo y que jamás podría conocer? Según esa absurda profecía que lo obligaba a vivir como en una película de los 30’s, el destino era tan poderoso que te haría ir justo hacia allá, hacia ella, por cualquier razón, no importaba, tú a fuerza tenías que conocerla, porque era para ti y tú eras para ella; era algo inevitable, algo que simplemente iba a pasar.

Pero no era verdad.

Mucha gente que Louis conocía, había muerto sin distinguir los colores de nada, excepto el de los orbes de las personas de su alrededor, como su millonario tío Fred. Y eso era tan horrible. En su lista de peores miedos y fobias, justo debajo del número 1 que era envejecer, Louis había anotado eso: Jamás conocer a su destinada; jamás saber de qué color eran sus propios ojos realmente, si azules o verdes; jamás entender a qué se refería su madre cuando mensualmente decía que iba al salón a decolorarse el cabello para seguir siendo rubia (¿Qué carajo era rubio? ¿Un color? Se lo habían descrito, cruelmente, como amarillo, por supuesto sólo le generaron más dudas a Louis porque ¿Cómo carajos era el jodido color amarillo? “Como el sol.” ¡Maldición ¿Es que el sol tenía color acaso?! ¡Sólo era como blanco pero mucho más brillante!).

Existir era desesperante, aburrido. Todo siempre lucía igual.

El pasatiempo favorito de sus ridículos y enamorados padres era ver el atardecer, decían que era un momento mágico, hermoso, con mil tonalidades diferentes, un espectáculo precioso, digno de millones de pinturas y fotografías. “Es una imagen como para llorar.”. Louis quería tanto, tanto comprenderlos. Comprobarlo.

Verlo.

Se sentía ciego, discapacitado, incompleto. Y tan celoso. Y sólo quería saber ¿Cuándo iba a pasarle a él? Cuándo, finalmente, iba a poder apreciar la verdadera belleza del mundo. Arco iris, amaneceres, distinguir simplemente entre el día y la noche. Sólo conocía diferentes tonos de café, y de azul y de verde, gracias a esa otra regla, en la que ves y aprecias a la perfección los ojos de las personas, con todo y su color. Pero no existían ojos de todos los colores; no los había rojos, morados, rosas. Era un campo muy limitado como para conformarse con sólo eso.
Los de su mamá eran azules, como el cielo (decían), idénticos a los de su padre, aunque le contaron que antes de que se conocieran, su padre tenía uno azul aguado y el otro era más obscuro, pero brillante al mismo tiempo, como agua, “color océano” según ellos. Y su madre, igual.
Los de su hermana también eran azules, bueno, uno de ellos, el otro era miel.

even the shortest second... || (l.s.)Where stories live. Discover now