9. No todo es color rosa .

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Bell

Días después, y el desastroso tifón que abatía con brutalidad a la familia de Noham no parecía tener intenciones de mitigarse.

El país estaba revuelto, prácticamente no se hablaba de nada más por ningún medio. Encendías la tele y en cada canal, así fuese como noticia secundaria, aparecía el apellido Deiksheimer. Comprabas una revista de... No sé, cualquier tontería: moda, por ejemplo, o querías leer las tiras cómicas del periódico y zas, que te encontrabas en la página principal como titular" EL APELLIDO DEIKSHEIMER". Vagabas por las calles principales y las que no, subías al metro, al autobús, a un taxi, te dirigías hacia la lavandería, alzabas la cabeza para disfrutar del hermoso sol de las diez de la mañana un viernes y... ¿Qué te daba los buenos días? Una pantalla publicitaria de doce por treinta y seis pulgadas adornando la fachada de medio inmueble con el vídeo en vivo de miles de reporteros, flashes de cámaras cegadores, micros de todas las dimensiones y colores, móviles grabando, bullicio ensordecedor. Guardias de seguridad supuestamente armados hasta más no poder evitando que los de la prensa cruzasen las sentidas e inestables vallas, en vano. El guardaespaldas fornido abriendo paso torpemente entre la multitud, empujando al que se le cruzase en medio. El abogado ojeroso y grueso tendiéndole la mano como cordial despedida a su clienta. La tiesa jurista del bando contrario con expresión impasible ignorándolo todo, dando la espalda para regresar dentro del bufete. El magullado padre de Noham encabezando la huida de entre el apelmazado enjambre de personas hacia su Rolls-Royce platinado de más de ciento noventa mil dólares y, por supuesto, detrás de este, luchando contra la asfixia, intentando llegar hasta su Audi se encontraban la muy elegante Lidia con la melena lisa acomodada por encima de los hombros; sus gafas oscuras y vestido negro ajustado hasta las rodillas; rindiéndole un irónico luto a su matrimonio desde la primera sesión. Acompañada de Noham, vestido en un traje de igual color a juego con los lentes de sol, sin corbata, con su recién cortado cabello, bien peinado hacia arriba y la cara de pocos amigos. Aguantando, con altas probabilidades, las ganas de reventarle la culata del arma perteneciente al guardia a su frente por la espalda al reportero que en un tirón le estrelló el móvil que llevaba en el bolsillo delantero del saco contra el suelo, dejándolo incomunicado y forzándolo a mantener una comunicación conmigo muy... Peculiar. Se podría decir que al estilo... Noham.

Por mi parte, me había enterado de todo lo anterior: el embrollo, los carteles, la exagerada propaganda, la popularidad de la familia y demás, por boca de mis padres, los cuales, basándose en sus vivencias como ciudadanos comunes y corrientes, esa misma noche, en nuestra nocturna charla me actualizaron« sin pedírselo» sobre el tema y el ambiente en general fuera de las paredes de la academia. En lo personal no quería darme por enterada de absolutamente nada, pero por supuesto, era imposible hacerse la tonta. Ni viviendo bajo una piedra mis oídos escaparían de las noticias.

En mi situación, lo único que me ayudaba a evadir la realidad era el recuerdo de que: el amanecer más perfecto de mi vida lo había despertado con Noham a mi lado el día después del incidente con su padre. Cada poro, átomo o partícula de mi ser, aún percibían lo agradable que se había sentido dormir acurrucada entre su cuerpo, perdida en su calor. Abrazados toda la madrugada con mis piernas entrelazadas sobre sus caderas. Sus abiertas palmas sujetándome de la cintura por debajo de la camiseta, acariciándome levemente con el pulgar, erizándome la sensible piel por donde pasaba. Cuestionándome una y otra vez el por qué no me dejé llevar antes. Mis dedos acariciándole en pequeños círculos el desnudo pecho, la cabeza apoyada sobre su mentón con mi nariz extasiada por su aroma, sus suaves labios besándome la marcada por las sábanas frente y por momentos, juraría que entre el cabello. Nuestras respiraciones pausadas y profundas chocando contra el otro, cabellos despeinados, cuerpos relajados... Un instante de ensueño que, de continuar así, se hubiese convertido en mi lugar seguro, pero claro, el recuerdo dejaba de ser dulce cuando rememoraba que, al posar los pies fuera de la cama y entrar en la academia, nuestro perfecto despertar quedaba opacado por la escandalosa noticia. Propagada por toda la institución más rápido que la enfermedad de la peste y como era de esperarse, no en la versión original.

Las raíces de Bell #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora