19. Revelación

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Megan

Arrojé el blog de matemáticas a la cama antes de dejarme caer en ella.

—¡Listo!. Ni una multiplicación más en lo que resta de tarde— susurré contra el cojín rosa, mientras que con el nudillo del índice detenía la canción en el reproductor: She’s all i wanna be de Tate McRae. Nada que ver con las mates. De hecho, ni siquiera sabía lo que decía en su mayoría, pero al menos el ritmo me animaba en los cálculos. ¡Quince ecuaciones en treinta minutos; eso era un récord!

¡Muy bien, Mega…!

De reojito vi el otro monto de libros.

¡Ay, aún me quedan los deberes de historia y ciencias!. Nooo, ¿por qué en este colegio ponen tantos deberes? Respiro en sufrida. ¡Somos niños, los niños deberíamos jugar, dormir, ser felices…! Bueno, tengo nueve y medio, ya no soy tan niña, así que supongo que… como adulta, siempre puedo hacerlos más tarde. «Megan, recuerda que a las nueve mi padre nos trae los cedés para nuestra Mini Maratón de Scooby Doo» recordé a Casie. ¡Jolíííín, no puedo hacerlos en la noche, tiene que ser ahora!.¡Ugh, qué pereza!. Me volví hacia la pared. Si Bell estuviese aquí, a lo mejor me habría ayudado con el tema de los organismos bióticos/abióticos esos, y serían dos pendientes menos, pero no.

Estiré el brazo con toda mi furia adulta acumulada y agarré la libreta de historia. A ver, ¿y ahora cómo se supone que yo encuentre la página en la que aparece Tespis, si no lo anoté?. ¡Aach, maldito Rodrigo, esto es tu culpa!. Si no hubieses estado toda la mañana tirándome de las trenzas, a lo mejor habría anot…

El aroma de la fundita me olió a pastel de naranja, y ese olorcito hizo que se me alumbrase el bombillo interno. ¡Ah, puedo utilizar Google!. Volví a oler para comprobar algo. Sí, efectivamente—saboreé, ñam, ñam, ñam—, es pastel de naranja ¡Casie ha estado atragantrándose a mis espaldas otra vez, que cruel! ¡Mala amiga!. Enterré los dedos en lo blandito y lo lancé con fuerza contra la cajonera. ¡Zas!.
Rebotó contra la esquina y de camino no se topó con nada.
¡Genial, ni para destructora sirvo! Me volteé sobre la espalda cuando escuché pisadas de caballo en el techo, de inmediato, entrecerré los ojos. ¿Qué estaba pasando ahí arriba?. Algo me vino a la mente, un recuerdo y… Oh, oh—los abrí grande—. Como que sea el tema de la lagartija de nuevo voy a esconderme debajo de la cama hasta Navidad porque si ese bicho sabe subir, podría bajar, y ya la semana pasada el guardia calvo de seguridad nos advirtió a todas que no hacía más lo de la captura porque a él no le pagaban por devolución de animales a la fauna.

Mecí las piernas.

¡Ay! ¿Cuánto más tardaría mi hermana en aparecer? El príncipe llevaba poco más de una hora aquí con nosotras y ni rastros de ella. Móvil apagado, última ubicación: su salón…

Él parecía tan fuera de sí cuando tocó nuestra puerta. Sudado, jadeante, con su cabello pegado a la frente y mirada perdida. Suspiré. ¿Acaso era a eso a lo que los adultos llamaban amor?. Perderse por el otro. ¿Preocuparse?. Yo también lo estoy un poco, pero mantengo la calma porque sé que ella no puede perderse en el banco, además, no quiero que él se sienta mal. Otra vez.

Mi mami dice que cuando las situaciones en la vida se ponen feas, siempre tiene que haber alguien que te sostenga y que te haga sentir que todo va a estar bien. Y así me sentí cuando él apareció hace un rato. Fui su “no te preocupes, todo está bien” y se sintió bonito.

Las risas de Noham y Casie llegaron hasta mis oídos. Me recompuse sobre los codos para verlos.

—¡Mira, Megan, ya la hemos terminado!—Casie agitó en el aire la carta para Rodrigo y yo me deslicé fuera de la cama. Caí en cuclillas sobre la alfombra y luego me paré.
Ojalá esta vez sí parezca impactante la cartita, aunque claro, si la escribió Noham, de seguro la respuesta es que sí.

Las raíces de Bell #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora