22. Miedos

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Bell

Desperté bruscamente de una especie de letargo vacío y al segundo me arrepentí de ello. No me encontraba bien, de hecho, no me sentía para nada bien. Estaba sentada sobre el hueso de mis caderas, aturdida, como con la mente nublada, uno de los brazos torcidos, y el corazón latiéndome arrítmicamente contra el pecho.

¡Dios mío! ¿Dónde… estaba?

Sacudí las piernas, luego articulé palabras con los labios y me sorprendió descubrir que no me encontraba atada o amordazada… ni siquiera golpeada. Con un gesto vacilante, me incorporé sobre las rodillas, sin dejar de pestañear con fuerza. No advertía de nada frente a mi nariz, ni la palma de mis manos, menos el color de la ropa que llevaba puesta, NADA… No había nada que ver lejos de… esa densa negrura distorsionada que me rodeaba.

Moví la cabeza hacia ambos lados, controlando mi respiración al mismo tiempo en que me obligaba a mantener la calma. Ponerme a gritar, lloriquear, avanzar si rumbo y con eso avisar a mi captor de que había vuelto en mí no me serviría de nada. No, sin duda, no lo haría.

No tenía idea de para qué alguien querría traerme hasta aquí y ahora que mi mente comenzaba a aclararse, no podía dejar de preguntarme algo tan importante como: ¿Quién se había tomado las molestias de intentar intimidarme? ¿Qué era ese olor horrible que aún vagaba sin rumbo por mis fosas nasales? ¿Cuánto tiempo llevaba dormida? ¿Y por qué de repente sentía como si una aguja estuviera perforándome las sienes? ¡Ayy! Me encogí sobre el estómago, masajeándome con lentos círculos la zona tormento. Comenzaba a agobiarme en gran escala ese dolor tan penetrante así porque sí, y la simple sensación de percibirme como si estuviera atrapada dentro de un laberinto de oscuridad, confusión, volvía a las circunstancias peores.

Aunque mis ojos no me servían de nada, al menos uno de los sentidos, en este caso, el auditivo, sí que lo hacía. Por algún rincón, no muy lejano, escuchaba un sonido constante y monótono, algo así como una gota de agua cayendo incesantemente dentro del desagüe. Lejos de eso, no notaba nada en especial que me diera un indicio de en dónde estaba. No reparaba de la presencia de ventanas, y si existían, estaban muy bien cubiertas; cero rendijas, olores… Aunque, tal vez sí que captaba uno muy sutil, un leve aroma a rosas y naranja que quizá me estuviese imaginando, pero nada más lejos de ello.

Supongo que pasaron algunos minutos en los que, decidida a vagar hasta que me encontrase con cualquier puerta, agujero, respiradero o pared que me sacase de esta broma de mal gusto, puse las palmas en el suelo y con la cabeza en alto, me dispuse a avanzar mi primer paso. Lástima que luego de adelantar lo que sería medio metro a gachas, la punta de mi nariz fuese la primera en avisarme de la inevitable cercanía de mi rostro a algo húmedo, blando y que respiraba muy, pero muyyy fuerte.
El descubrimiento me atenazó de inmediato y, a pesar de que no distinguía de lo que tenía delante, contraje la garganta y con ella, ahogué la voz. Y sí, lo hice… Lo hice imaginándome lo peor porque esa cosa no tenía la pinta de ser un inocente conejo, y porque si estaba aquí encerrada con esos gruñidos, sin duda no era mera coincidencia.

—¡Oh, bebé!¡He escuchado que ha despertado nuestra invitada!—se me escabulló un gemido. ¡No!.
— ¡No te preocupes, mamita te dejará ir pronto! —despotricó entre risitas Carla, iluminando su descarado rostro con la linterna de ese costoso móvil suyo. Un diminuto brillante resplandeció entre esos alineados dientes de serpiente que tenía y con meramente unos pantalones cortos de hilo ceñidos a esas largas piernas, se hallaba sentada de tobillos cruzados sobre una especie de muro, lavabos, considerando que su espalda descubierta se reflejaba parte en el espejo y la otra en la loza. De inmediato supe dónde estaba, y el terror líquido divulgó temblores espasmódicos a cada fibra muscular de mi cuerpo al ser consciente de que el “bebé” al que le hablaba, no era ni de cerca un bebé.

Las raíces de Bell #PGP2024Where stories live. Discover now