10. Cita(parte 1)

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Bell

Veinte minutos y seguía donde mismo; con la duda escociéndome desde dentro, devorando cada órgano a su paso como si me hubiese empinado el botellón de ácido más tóxico y asesino del laboratorio más inmundo y contaminado del planeta. El no tener idea de si lo encontraría o no me estaba torturando de una manera poco saludable, no lo aguantaba. Tenía el estómago revuelto; me daba vuelcos afloja piernas y rugía con ganas, puede que, por el hambre, los nervios, o la incómoda mezcla entre ambos que no hacía más que incitarme a salir en busca del baño más cercano y quedarme ahí encerrada de por vida.

¡Dios— gemí para mis adentros— esto es ansiedad! ¡Tengo que relajarme! . Expulsé despacio el aire que llevaba una eternidad conteniendo desde que me detuve frente al mueble con mi nombre.

Venga. No ha fallado en cuatro días, Bell, no lo hará hoy. Tranquiiiila …

Inhala… Exhala …inhala… Exhala

Rasqué mi pantorrilla con el empeine de la pierna contraria y me dispuse a abrir la estrecha puerta clavándome dolorosamente la afilada punta del colmillo en la cara interna del labio mientras mis resbalosos dedos jugueteaban con la llave moviéndola de un lado al otro dentro del cerrojo, decidiéndome si abrirlo de una maldita vez o no. El sonido era incómodo, un "clic -cloc" irritante por la falta de aceite dentro del mecanismo, sin embargo, a mí me daba igual y a Yelenna desde el suelo no parecía importarle en lo absoluto. Aún continuaba en shock. Sus finos labios llevaban tiempo ocultos entre su boca mientras que su mirada continuaba perdida hacia la salida, aislada y en procesamiento.

«Exagerada», pensé a la vez que mis papilas captaban el sabor metálico de una gota de sangre.
— ¡Joder, que asco!— deslicé el pulgar con urgencia por la herida antes de toparme con la cuadrada hoja que se encontraba al fondo del angosto espacio, detrás de la vacía botella de agua mineral y de mis zapatillas deportivas que llevaban ahí más de una semana a esperas de que me dignase a lavarlas. No… pude evitarlo, el cuerpo entero me sonrió ante el gesto dotándome del bombeo intenso a la vez que nervioso de mi pobre corazoncito que luchaba a toda costa con escabullírseme entre las costillas. No sabía cómo lo hacía, ni en qué momento o tiempo; tampoco podía imaginarme cómo se las arreglaba para entrar y hacerse con mis pertenencias sin que alguien le pillase o sin llaves. Puede que no llegase a averiguarlo nunca, quizá este era otro de los grandes misterios que rodeaban a Noham Deiksheimer, sin embargo, la realidad era que cada día, amanecía una distinta y lo mejor de todo es que por la forma tan peculiar en la que se presentaban, no me cabía la menor duda de que eran obra suya.

—¿Qué es?—Yelenna deslizó su espalda por el lockers hasta quedar a mi altura en cuanto tuve la imagen entre mis dedos.

La curiosidad la estaba matando.

— ¡La quinta fotografía!— hablé con una sonrisa inconsciente que me llegaba a los oídos y sus pestañas revolotearon sin entender a lo que me refería.

—Llevan días amaneciendo aquí— la miré—. Cada una es… diferente y con una letra oculta que las hace únicas— comencé a explicarle con una emoción casi incontrolable—. La primera, es una vista nocturna de la ciudad desde algún sitio en las alturas. —¡Dios, Yelenna, debiste haber estado aquí para verla, no sabes lo mucho que me alegró el día descubrirla oculta entre mis cosas, es… Preciosa!. La ciudad se ve diminuta y toda iluminada, tal parece un segundo cielo colmado por millones de brillantes y diminutas estrellas. El plano es perfecto… la calidad… y el ángulo en que fue tomada es tan equilibrado que parecen dos mundos totalmente distintos, uno encarado con el otro, separados únicamente por la delgada franja sobre la que está colocada la cámara. Es— suspiré— Indescriptible, simplemente … Maravilloso ...

Las raíces de Bell #PGP2024Where stories live. Discover now