16. Inesperado(parte2)

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Noham

Escuchar a la pequeña princesita murmurar aquella pregunta tan falta de sosiego provocaba que mi yo racional, inconscientemente se trasladara hacia una especie de limbo-trance del que estoy seguro, me resultaría difícil salirme. El tiempo corría a una velocidad inimaginable, al igual que en mi cerebro; abatían millones de pensamientos y a la vez ninguno. Se me estaba yendo la cabeza en todos los sentidos. Por un lado, no podía creerme que las niñas de enfrente, en especial, Megan; escuchasen la anterior conversación a pesar de haberla llevado a cabo lo más discreta posible. Admito que fue un descuido. Uno que no pretendía perdonarme al hablar a mis anchas sin crear la privacidad, o lo que es lo mismo, cerrar la puerta como lo haría una persona común a penas entrar.

¿En qué demonios estaba pensando?

En varias cosas, obviamente: mi cansancio, la primera de ellas, aunque no la más importante. Segundo: la repentina huida de Bell a su baño sin motivo alguno por la inesperada lluvia de notificaciones en su móvil; supongo que no creyó que yo me hubiese percatado de tanto. Y, está en particular, era la que en verdad se encontraba sacándome de mis papeles. ¿Razón en especial?. Me estaba dando la pequeña sensación de que no importaba cuanto me esforzara o le dijese que me hallaba ahí para ella, siempre había algo, suyo o mío, que nos empujaba de un extremo al otro del tablero. Éramos como una compleja partida de ajedrez a medias de empezar. Cada uno sabía lo que quería(estar juntos)pero en nuestras jugadas, sacrificar a cualquiera de los peones (los secretos) no figuraba una opción. Lo que al ojo humano nos convertía en unos verdaderos hipócritas por pedirnos sinceridad y estúpidos por no tener el valor de contarnos las mierdas.
En tercera y última posición, mi estado mental. La mitad se encontraba arrepintiéndose de lo lindo por haberle hecho caso al tonto pensamiento, que me llevó a la decisión de pasar a visitar a mi madre, a sabiendas de que seguro ya Steven le había ido con el cuento de la dichosa citación como la vieja chismosa que era, y, lo que restaba de mi capacidad cerebral, asimilando el precario momento junto a las inminentes consecuencias.

¡Achh!.

Revolví mi cabello, dando un paso con las manos por delante en dirección al cuerpecito asustado de Megan que de tanto retroceder, terminó por toparse con la barandilla tejida con tubos de aluminio. De inmediato se me formó un nudo en la garganta. Sus ojos nebulosos se deslizaban de mí, a la puerta de la habitación de Bell con claras intenciones de que, a la mínima de movimiento brusco, saldría pitando directo a chivarse con la misma velocidad con la que el insoportable resplandor de las tres de la tarde, te ciega al salir de un oscuro estudio de grabación y no podía permitirlo…¡Joder, debía hablar; pensar en algo que me diese tiempo a acercármele, YA!.

A mis espaldas, mi madre no se movía, lo que tampoco ayudaba mucho. Parecía que se hubiese petrificado o lo que es peor, que le colapsase algún órgano dentro. Ni siquiera la escuchaba respirar y supongo que se limitaba con tal de no asustar más a las niñas.

«¡Mierda!», mascullé internamente antes de organizar las letras y formular una respuesta corta, pero que al menos me diese chance a pensarme el próximo paso:
 
—No. No… Lo estoy— susurré aquella negativa con la inseguridad tiñendo mis palabras y sin poder evitar autocuestionarme ¿En realidad era cierto lo que acababa de decir? No lo sabía. La verdad no tenía la más mínima idea de lo que arrojarían los nuevos resultados, al igual que no la tenía para enfrentarme a esta situación sin que todo se fuese por la borda. Estaba asustado de cojones aunque no lo pareciera, y no solo hablaba del actual momento.
Me enfrentaba a niñas, convencerlas costaría, más, no me sería imposible; sin embargo, el hecho de confirmarle a Steven mi asistencia al hospital el 31 de octubre me ponía los pelos de punta. No por ir a su chequeo de los demonios, ni mucho menos por pasarme horas entre enfermeras, equipos y todas esas chorradas, sino porque nunca antes se me había programado asistir a las revisiones con tan corto período de tiempo entre ambas, puesto que, mis exámenes, a los que me sometía desde los seis o siete años; se llevaban a cabo cada seis meses.
Steven junto a su equipo me daban a conocer los resultados al momento de tenerlos, aunque, eso no quitaba que muchas de las veces, los repasaban durante días para luego, confirmarme que todo iba bien con tal de darnos tranquilidad. No obstante, de esta última revisión solo transcurría mes y algo, lo que significaba que no se necesitaba ser el hombre más inteligente del mundo como notar que las cosas no figuraban para nada bien. Amaya me lo había confirmado por segunda vez anoche. Esa… COSA, crecía. No debió hacerlo, de hecho, nunca debió existir, pero, de los ocho mil millones de humanos que habitaban en este planeta, y de los miles a los que afectaba esta enfermedad, a mí me había tocado la lotería entera de la noche a la mañana y todo por un supuesto antecedente familiar. Claro. Abuelos, bisabuelos y tatarabuelos paternos con la afección. Hijo gilipollas y mal nacido, sano; viene el nieto y pum, se la lleva por goleada. Lo cierto es que de la familia por parte de mi padre no podía esperar menos, eran la representación de los yoyos; YO-YO-YO y los de atrás, que se jodieran.

Las raíces de Bell #PGP2024Where stories live. Discover now