20. Halloween

99 6 2
                                    


Bell

Dar con el ala oeste en Harmony Heaven parecía coser y cantar cuando el chico de las llaves nos trazó la ruta, no obstante, veinte minutos más tarde ya no nos sentíamos tan seguras de eso. Yo, en particular, me encontraba lamentando cada paso mientras Yelenna, a mi lado, se marcaba unos pasitos típicos de introducción de peli de los ochenta. O sea… ¿EN SERIO? Le lancé una mirada de reojo, debatiéndome entre las magníficas posibilidades de abandonarla a su suerte y echar a correr o dejar caer su pesado baúl repleto de ropa para CUATRO DÍAS, a mitad del camino y sentarme en medio de los suelos recién fregados a esperar a que ella solita arrastrase con él por todo el corredor. Sin duda, la primera opción me parecía más tentadora, pero al tener un buen corazón, opté por la segunda. Yele emitió un gemido cuando el peso del almastrote hizo temblar las baldosas y, según la poca coherente explicación que se molestó en darme, yo me encontraba en la obligación de ayudarla (cargando con la mayor parte del peso entre ambos equipajes) porque ella intentaba canalizar por LAS DOS la ansiedad del momento(a base de hacer nada) para que ambas no cayéramos en un bucle nervioso- psicocompulsivo por tanto estrés. Parpadeé.
Admito que me llevó unos minutos asimilar la información, pero luego la di por perdida porque obvio nada de eso existía y ni siquiera tenía lógica. En mi defensa, el área racional de mi cerebro, o lo que es lo mismo, todo mi cerebro, se aferraba a la idea de que lo que en realidad sucedía era que mi parlanchina morena no quería dañarse su estúpidamente costosa manicura por nada de este mundo y, como era obvio, yo no estaba dispuesta a hacer de mula de carga por unas extensiones plásticas que más tarde le aburrirían e iría a cambiárselas.

—¿Crees… Qué estemos muy lejos?—preguntó con voz sofocada —. Siento que me estoy muriendo.

Ja, buena pregunta. Yo me siento así desde que tuvimos que descartar la idea de tomar el ascensor porque ¿qué crees?, excedemos el peso. Limpié las gotas de sudor que empezaban a bajar por mis sienes antes de que, con los brazos exhaustos, empujáramos la pesada puerta, desvelando el siguiente pasillo. Mis piernas temblaron. Y hasta la voz en mi cabeza se escuchaba lerda, exhausta.

—¡Joder, si hasta parece chiste! —resoplé, observando tooodo el largo camino que aún nos quedaba por delante. El hotel simulaba una enorme herradura, mitad acuático, mitad terrestre, y a pesar de la sencilla estructura, los pasillos lucían interminables. Todos iguales, sin señales claras ni indicaciones(en realidad es porque estaban en otro idioma). Los números de las habitaciones subían, bajaban, se sentía como si estuvieran jugando a las escondidas con nosotras y yo ya prefería, de verdad que sí, detenerme a preguntar en cualquier puerta a continuar dando vueltas como dos pollos sin cabeza por todo el edificio. Para nuestra dichosa suerte, ya había pasado más de una hora de excursión cuando un alma piadosa del personal nos encontró boqueando en el décimo piso y, compadeciéndose de estos moribundos cuerpos, se ofreció a guiarnos hasta nuestra habitación.

El chico subió “las maletas” al carrito (la pequeña de Yelenna casi le rompe la espalda) y nos escoltó hasta lo que sería el final del pasillo, en el SEGUNDO PISOOOO. Casi sufro un colapso frente al 222. Le habíamos pasado por delante mínimo como tres veces a la endiablada puerta y nada que no nos dábamos cuenta de que era esa. ¡Malditas ciegas!. Él la abrió para nosotras con una sonrisa comprensiva iluminándole el rostro y el balbuceo de las gracias lo recibió cuando ambas caímos desmayadas sobre la alfombra. Estoy segura de que tuvo que haberse asustado o más bien preocupado por nuestro estado, de lo contrario, no nos habría ofrecido llevarnos a la enfermería.

—No—murmuré, luchando por recuperar el aliento—. No es necesario, estamos …

—Bieeen—completó Yele, la voz amortiguada por la felpa. Su respiración entrecortada.

Ay, señor, ¿por qué me duele hasta respirar?.

—Sííí. Lo que ella dijo—la señalé con un gesto fatigado, y el brazo me duró poco en el aire.

Las raíces de Bell #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora