Prólogo

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1826

—Elise se casará antes de que la temporada terminé.—el alegato de Terrence resumió la discusión de los caballeros. Y el silencio reinó. Estaban en casa de Jacob Williams, un hombre viejo y de aspecto desgarbado que tenía mucho dinero en sus arcas, pero no un título que lo respaldará.

En su juventud Jacob había tratado de emparejarse con más de una familia noble por matrimonio, pero lo único que consiguió fueron disgustos. Las mujeres eran seres caprichosos, de los cuáles ningún caballero sensato se debía fiar.

Por eso nunca se casó aunque irónicamente ahora tenía en sus manos la soltería de una dama cuya vida no podía importarle menos.

—Si alguien tiene algo que objetar que hablé ahora.—exigió Williams en su rol de moderador. Ser el anfitrión le daba ese papel por defecto.

—Yo me opongo a esa boda.—Damien Bleiston tomó la palabra.

Hasta entonces había permanecido en un rincón junto a la mujer a la que el Consejo planeba casar lo más pronto posible.

—¿Oponerte?—Jacob apenas pudo disimular su desdén.—Bajo que argumento.

—Elise no lo ama.

El Consejo entero se echó a reír.

—Estamos negociando cosas serias Bleiston, no vuelvas a interrumpir—el anciano regresó su atención a la mesa conformada por Sebastián Dubois, Benjamín Courtis, Terrence Brown y Leonel Dickens.—Eso es todo caballeros.

—¡He dicho que ella no se casará!—gritó estampando su copa de vino contra el suelo y poniéndose de pie.—No permitiré que la obliguen a hacerlo.

—Nadie la está obligando.—Terrence miró a la mujer que aún tenía el mal gusto de llevar sus ropas de luto.—¿verdad?

La dama agachó la cabeza y prefirió no responder. Elise solo quería salir de allí y no volver, la copa de brandi que le habían dado poco hizo por sus nervios.

—Si David viviera los mandaría a matar por lo que están haciendo con su prometida.—escupió Bleiston con rabia.

—Pero el jefe está muerto y ustedes dos son los únicos que no lo aceptan.—Leonel fue directo al grano. No estaba de humor para continuar escuchando las quejas de ese jovenzuelo.

—Eres un...—Damien quiso acabar con el cinismo de Dickens de un puñetazo, pero Elise lo detuvo tomándolo por la levita. Cuando sus miradas se encontraron él se vió obligado retroceder.

—Si lo que te preocupa es que vaya a caer en manos de un mal hombre podemos evaluar una vez más a los candidatos.—Bastián también se había opuesto a la resolución en un principio, pero luego de pensarlo mejor decidió que era lo más sensato a hacer.—Yo me ofrezco como candidato.

—¡No puede, milord!—chilló enseguida Jacob—El acuerdo con el marqués ya está finiquitado, ella se casará con Duncan Crawing.

—Eso no sucederá.—insistió Damien y en medio de su exhabruto arrojó el tablero de ajedrez que descansaba sobre la mesa. Jacob era un fanático del juego y como un asiduo jugador no se conformaba con unas simples fichas de madera. No, él prefería el cristal. Cristal que terminó echo añicos en el suelo lustrado.

—¡¿Qué hiciste?!—el viejo se llevó ambas manos a la cabeza mientras el resto de consejeros observaban con horror los retazos del juego. Una de las decoraciones de la que Williams más alardeaba había sido reducida a la nada.

Bleiston entonces tomó de entre los restos la única pieza que se había salvado. No era el rey, ni la reina. Era un caballo.

—Perfecto.—alzó la ficha para que pudieran verla y luego declaró.—Esta organización no es más que las cenizas de lo que algún día fue. El rey ha muerto, la reina ahora es su moneda de cambio, las torres que algún día los sostuvieron ya no están.—se refirió a los Sombras.—y los alfiles decidieron jurar lealtad a alguien más.—habló de sus socios externos.—Lo único que tienen a su alrededor son peones y este caballo...—lanzó la ficha que rodó por la mesa hasta llegar a su dueño que estaba rojo de la rabia—...Y aún así creen que tiene alguna autoridad para regalar a mi reina.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora