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—¡Atención la señorita Crystal y el señor Bastián están aquí!—los presentó uno de los sirvientes y los cuatro hombres sentados a la mesa se pusieron de pie para recibirla.

La mujer tomó asiento en una esquina de la habitación mientras Bastian ocupaba la cabecera de la mesa. Era la forma que el Consejo tenía de mostrar sus preferencias.

—Nos alegra mucho volver a saber de tí.—Terrence fue directo a los elogios.

—Es un verdadero placer tenerte entre nosotros después de tanto tiempo.—añadió Benjamín.

—El placer es mío caballeros.—Bastián levantó su copa de vino para que pudieran brindar.

—¡Por nuestro invitado de honor!—gritó Jacob Williams y todos lo secundaron.

Fue una cena llena de frases acartonadas y en la que Crystal no dejó de sonreír hasta que su rostro se quedó congelado en esa forma.

—Hace poco supe lo de la muerte de su padre, lo siento mucho.—Dickens se dirigió a ella, aprovechando que Williams los había sentado uno a lado del otro. Leonel era un hombre muy astuto y con grandes conexiones en la milicia, por lo que no era alguien a quién pudiera ignorar fácilmente.

—Gracias por sus condolencias, mi señor.

—Y ahora que su compañero se marchó debe sentirse muy sola

—Ciertamente.—le ofreció una respuesta que lo tuviese satisfecho.

—Pues no la culpo.—Dickens señaló a Rosemont de forma discreta.—¿Qué opina del vizconde? ¿Cree que será un líder adecuado para nuestra organización?

—Solo el tiempo lo dirá.

El caballero sonrió con suficiencia.

—Por su impecable trayectoria espero grandes cosas de él, asegúrese de que no nos decepcioné.

—Sí señor.—Crystal al ver que el  caballero no tenía más que añadir decidió terminar pronto con su cometido. Chasqueó los dedos y un sirviente se acercó con una bandeja de plata, dónde descansaba un sobre.—El pago de este mes.

Leonel lo abrió, contó el dinero con pericia y luego dió la orden para que su amigo Jacob firmara su recibo de pago. Williams era adinerado, pero la mente maestra detrás de todo era sin duda Dickens.

—A este ritmo pronto saldará su deuda con nosotros, señorita.—opinó divertido una vez que le entregó el recibo.

—Eso espero, mi señor.

En sus inicios el dinero era un problema mayúsculo. Con un trabajo como camarera y una pensión miserable, Damien y Elise se vieron en la difícil tarea de reconstruir una organización en cenizas por lo que no les quedo más opción que endeudarse.

Y así fue como el Consejo se convirtió en su mayor acreedor.

—En todo caso si necesita algo siempre puede contar con nosotros.—le sonrió.—Por algo somos socios.

—Lo sé.—soltó con fingido agrado.

Mientras su deuda no fuera cancelada, su vida y la de su gente seguiría atada a la del Consejo.

—¿Acaso no le gusto la comida?—preguntó al ver su plato a medio comer.

Crystal negó.

—La comida estuvo deliciosa como siempre, pero ya es hora de irme.—la mujer se puso de pie con la intención de captar la atención del resto de caballeros.—Pido permiso para retirarme, mis señores.

—Adelante.—masculló Williams entre dientes. El anciano le tenía una animadversión absoluta y no se molestaba en disimularlo.

—Espero verlos pronto.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora