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Damien corría con la pequeña niña entre sus brazos. A lo lejos aún se oían los disparos y las voces de sus hombres. La cacería no fue tan sencilla como se esperaba y tuvieron que acelerar la retirada.

Connor sería el último en salir por ser el jefe de la misión.

—Por aquí, mi señor.—señaló Raphael un camino de tierra. Estaban en medio de un bosque a las afueras de la ciudad.

Damien lo siguió de prisa y juntos consiguieron sortear a unos cuantos enemigos. La oscuridad de la noche era su mayor aliada cuando se trataba de pasar desapercibidos.

—Debe estar por aquí.—Raphael buscó el carruaje sin bajar su arma. Cada vez que salían a cazar lo hacían en parejas para cubrir más frentes y evitar un ataque sorpresa.

—Ahí.

Oyeron el silbido de llegada y corrieron hacia su origen. Francis los esperaba con el carruaje a unos centímetros de distancia.

—¿Cómo está?—preguntó el moreno mientras ayudaba a subir a la pequeña.

—Bien.

Una vez que la niña estuvo a salvo Damien presionó su mano contra el improvisado torniquete de su brazo izquierdo. No era grave, pero debía controlar el sangrado.

—Regresemos a casa.—ordenó Raphael. Su consejero no se había movido ni un segundo de su lado.

—Estoy bien, no es necesario apurarnos.—Bleiston forzó una sonrisa para tranquilizarlo.—Connor y Alexander deben estar por llegar.

El sonido de unas pisadas cercanas les alertó y se prepararon para un ataque inminente. Francis sacó su pistola y se colocó al frente del carruaje, Raphael detrás y Damien cerca de la puerta.

Fue una falsa alarma.

—Tenemos que irnos antes de que vengan.—advirtió Connor seguido de Alexander, que cargaba al otro niño. Ambos fueron reportados como desaparecidos hace un mes. Bow Street ya los daba por muertos, pero Damien y sus hombres insistieron en su búsqueda hasta encontrarlos.

—Vamos.

Todos se subieron al carruaje y partieron de prisa amparados por la oscuridad. Al llegar a Bleiston House los niños fueron alimentados antes de ser devueltos a sus familias. Francis y Connor se encargaron de facilitar el reencuentro mientras Damien y el resto de sus hombres regresaban a sus habitaciones.

—Demonios.—gruñó el caballero una vez se quitó la camisa y se recostó en el diván.

La sangre empañaba la prenda y parte de su brazo izquierdo. Era un corte superficial más abajo del hombro resultado de su frenética disputa y de lo que él consideraba un error de cálculo de Connor. En el reporte figuraban ocho verdugos y terminaron siendo más de diez, Damien contó unos quince. Y aunque la mayoría tenían un pésimo entrenamiento, cinco de ellos fueron un verdadero dolor de cabeza.

—¿Señor Bleiston?—escuchó una suave voz en las afueras y todo su cuerpo se tensó. Al parecer Lady Lucinda se había despertado con todo el revuelo que causó su regreso.—¿Puedo entrar?

—Adelante.—masculló sin pensarlo.

La mujer ingresó y al verlo herido corrió a su encuentro.

—¿Qué le paso?—sus ojos brillaban asustados.

—Solo es un corte, milady.—Damien se incorporó y fue en busca de una palangana con agua y un par de vendas.

Lucy cerró la puerta para tener más privacidad y lo ayudó a quitarse el torniquete. La joven se apoyaba sobre sus rodillas en el suelo mientras el caballero se sentaba en el diván.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora