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Residencia Nortfolk
Londres

La velada estaba en pleno apogeo y muchas debutantes aguardaban impacientes a que empezarán los bailes. La duquesa se caracterizaba por divertirse a costa de las pobres incautas y luego recompensarlas con algo de diversión.

—Es ella, Parker—señaló Lady Georgina con su abanico. Howard Parker era nuevo en su círculo de “conocidos” y como un recién llegado merecía ser tratado con especial deferencia.—¿Qué le parece?

—Es simpática—opinó luego de observarla con detenimiento por varios segundos—¿Cómo se llama?

—Lady Lucinda Murgot.

Al escuchar ese apellido a Parker ya no le quedó ninguna duda de quién era. Era una de las cuñadas de Lord Allan Seymour, duque de Rutland.

—Tiene un nombre inusual.

—Y su belleza tampoco es de este mundo—añadió la dama buscando despertar su interés, pero fue en vano.—Si lo desea, puedo presentársela.

—Gracias.

Parker la siguió por el gran salón esquivando a varios sirvientes e invitados. La modestia no era algo que caracterizara a la duquesa. Siempre que hacía algo, lo hacía en grande.

—Lady Caterina—la mujer saludó primero a la carabina de la joven y luego se dirigió a la muchacha—Lady Lucinda, es un placer tenerlas aquí hoy.

—El placer es nuestro Lady Georgina. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvimos aquí, probablemente sus preciadas invitaciones se perdieron en el camino.—le recriminó Lady Rutland y  la duquesa se limitó a sonreír.

Todo el mundo sabía de la delicada situación en la que se encontraban los Murgot. Nadie podía culparla por no invitarlos.

—Seguro fue eso.—lady Nortfolk le restó importancia a su comentario con un ademán de su mano—Es difícil encontrar trabajadores competentes hoy en día.

—Eso parece.

—En todo caso hay alguien a quién deseo presentarles...—lo miró de reojo—Él es el señor Howard Parker, un importante parlamentario y buen amigo.

—Es un gusto conocerlo, señor Parker—Lady Lucinda extendió su mano para que la besara y el caballero dudó por unos segundos. No le gustaba mucho ese tipo de protocolo. Si fuera por él, sería la mujer quién se inclinara y besara su mano, no al revés.

—El gusto es mío—la aceptó con reticiencia y luego esbozó su mejor sonrisa.—¿Me concedería el primer baile, milady?—fue directo al grano.

—Lo lamento mi señor, ya tengo reservada esa cuadrilla—alegó la muchacha revisando su carné de baile.

—En ese caso me conformó con el minu...

—¿No desea el vals, señor Parker?—sugirió Lady Georgina. La mujer había estado muy atenta a las piezas disponibles en el listado de Lady Lucinda.

—El vals será entonces—decidió Howard para sorpresa de Caterina y su hermana. El caballero no se iba con rodeos y teniendo a la anfitriona de su lado, un no era inaceptable.

—Perfecto.—la duquesa festejó su pequeña victoria y luego prosiguió con su camino como si nada.

—Nos veremos en el vals, milady.

El caballero se alejó de ella con un andar elegante y suave.

—Es un hombre apuesto—opinó Caterina—Pero no recuerdo haberlo visto antes.

—Es un parlamentario, seguramente mi cuñado lo conoce—masculló Lucy.

—Seguramente, aunque no recuerdo que me haya hablado de él.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora