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Julio, 1835

Tengo la satisfacción de comunicar que a las nueve y media de esta mañana, en medio de salvas, repique de campanas y bandas de música ha entrado en este puerto un vapor inglés, conduciendo un batallón de 500 hombres de aquella nación, debiendo seguirles otros 10.000 que debían embarcarse el día 12.

Hace unas semanas que habían arribado a España. Fue un arribo complicado por el mal tiempo, aunque la situación no mejoró al pisar tierra.

Ni bien llegaron tuvieron que separarse. El duque de Rivintong fue el primero en hacerlo. Lancaster se marchó en compañía del marqués de Kent hacia la capital donde se reuniría con su majestad, la reina María Cristina, actual regente de España y madre de Isabel II. Su hija, la actual reina era apenas una niña y su destino, una carta en blanco en manos de las principales casas reales europeas. Inglaterra no era la excepción. Su majestad el rey veía con buenos ojos un compromiso pactado entre la joven y el marqués de Kent.

—Conocen mi ubicación, si necesitan algo no duden en escribir.—pidió el duque.

Adrien, Henry y Damien asintieron.

—Estaremos en contacto.—prometió Grafton. La batalla de Rivintong no se libraría en las trincheras, sino en la corte.

—Nos veremos pronto.—el duque abordó el carruaje con el sello real y fue escoltado hasta palacio por los hombres de la regente.

Unas semanas después fue el turno de Damien, Elliot había tratado de influenciar al General en Jefe para que lo envíe al lugar más recóndito del país. Pero no contaba con que Grafton también intervendría. El marqués, consciente de las intenciones de Grinford, intercedió por su cuñado frente a su superior. Después de todo era quién tenía la experiencia y una exitosa carrera militar como respaldo.

El General en Jefe finalmente decidió nombrar a Bleiston como líder de una de las brigadas a cambió de que él y Henry aceptarán estar bajo las órdenes de Grinford. Su resolución no dejó a gusto a ninguna de las partes. Sin embargo la otra opción era que Bleiston fuera enviado lejos, Devonshire separado de su lado y él se quedará a cargo de un regimiento.

Y en ese contexto hostil Adrien necesitaba un poco más de libertad.

—Acepto.—fue su respuesta. Y Henry no dudó en apoyarlo. Su amigo iría al infierno si fuera por él.

—Entonces que así sea.

Bleiston partió días después, aunque no lo hizo solo, Grafton se aseguró de que veinte hombres de su confianza y talentosos lo acompañarán. Encontrarlos no fue tarea sencilla. Habían muchos civiles entre los reclutados, pero afortunadamente no todos lo eran.

Ocultos entre la paja, los diamantes en bruto brillaban con luz propia y él no tardó en reconocerlos porque aún cuando su majestad y el primer ministro se esforzaron por diseminarlos entre la multitud (en un claro intento de hacer pasar la incursión bélica por una cuestión de voluntariado privado) se sabía que ambos no solo apoyaban la guerra, sino que la estaban financiando con los impuestos de todos los ingleses.

Aún así, por culpa de la hipocresía de sus líderes los generales españoles los habían nombrado la legión auxiliar británica para diferenciarlos del ejército inglés.

—Cuídalo.—le encomendó a su amigo Jean Pierre Aldini, un espía francés con el que había trabajado casi una década y desde ahora en adelante el principal consejero de Bleiston.

—Lo haré.—se miraron fijamente.—Tú también cuídate.

—Gracias de antemano, amigo.—se despidieron con un fuerte abrazo.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora