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El doctor Graham se encerró en una habitación con su paciente y dejó a todos afuera, incluído a ella. Elise solo podía esperar detrás de esa puerta.

No era la primera vez que uno de sus hombres salía lastimado, pero por alguna extraña razón su corazón se sentía más inquieto que de costumbre.

Y los gritos del caballero no ayudaban.

Al tercer grito no lo soporto más y pasando por sobre su Consejero ingresó a la habitación.

Graham había acabado de suturar la herida, un corte un poco más abajo del codo.

—¡David! —se acercó corriendo a la cama. El joven había caído en los brazos de Morfeo.

—He tenido que dormirlo—explicó el médico.—Aún no está acostumbrado a este tipo de procedimientos.

—Pudo haberlo hecho antes —la mujer le gruñó al médico.—Lo traje aquí para que lo curará no para que lo hiciera sufrir.

Graham quiso replicar, pero al ver la rabia en sus ojos prefirió abandonar la habitación cuánto antes. Esa dama tenía un carácter de los mil demonios y él deseaba regresar ileso a casa.

—David —Elise se sentó a su lado.

—Él estará bien, mi señora.—le dijo Raphael.

—Déjanos solos y paga a ese médico.

—Ya lo hice.

—Entonces, adiós.

Todos los Sombras abandonaron la habitación en completo silencio. Era tradición de su señora quedarse junto al herido y velar por su recuperación.

Y así lo hizo.

Esa noche durmió a su lado.

Por lo que a la mañana siguiente al abrir los ojos David se encontró con su amada en su lecho.

—¿He muerto?—se preguntó a sí mismo mientras la observaba con detenimiento. La mujer descansaba hecha un ovillo a su lado.

Duerme como un gato, pensó y una suave risa escapó de su boca, una que a su pesar lo delató.

Su jefa abrió los ojos y un ligero rubor cubrió sus mejillas al encontrarlo despierto.

—Lo siento no sé en qué momento me quedé dormida.—se incorporó de prisa dejando caer su larga cabellera negra a un lado. Era la primera vez que la veía tan despeinada.

Y aún así lucía hermosa.

—Pediré que nos traigan el desayuno.

—¿Comerá conmigo?—arqueó una ceja sorprendido.

—Sí, comeremos juntos.—hizo sonar la campana de su habitación y solicitó la comida para ambos.

En cuestión de unos minutos una doncella se presentó con su pedido: dos tazas de té, varias rebanadas de fruta, dos tostadas, jamón, queso y pan.

—Gracias Olga, puedes retirarte.

—Con su permiso, mi señora.—La mujer se marchó.

David levantó su brazo herido para sujetar los cubiertos, pero la mujer lo detuvo.

—Yo lo haré.—aseguró Elise sujetando un trozo de manzana contra su boca.

—Puedo comer solo, jefa.—protestó.

—Solo por esta vez ¿sí?—le regaló una sonrisa.

—Solo por esta vez.—repitió él y dejó que ella lo alimentará.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora