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Damien recorría su campamento en silencio mientras evaluaba el avance de sus tropas. La mitad de su brigada eran civiles y campesinos que apenas sabían algo de armas y como Bleiston no estaba dispuesto a liderar una carnicería por nadie, ni siquiera por su majestad, había decidido entrenarlos en una planicie a las afueras de un pueblo cerca de Pamplona, España.

Para su fortuna hasta ahora no se habían topado con ninguna tropa enemiga. Los Carlistas y los Cristinos estaban combatiendo más al norte, por lo que contaba con el tiempo justo para convertir a sus campesinos en soldados.

—Veo que el equipo cuatro está mejorando.—opinó mirando a Jean Pierre. El espía francés se había convertido en algo así como su sombra. No lo dejaba solo ni por un segundo.

—Es gracias a sus consejos y la buena distribución que efectuó, general.

Había dividido su brigada en veinte grupos. Cada uno liderado por los veinte soldados que Grafton había reunido para él. Como “aparentemente” ninguno de los reclutas pertenecía a la milicia, los rangos se reservaban solo para los altos cargos de la Legión.

Aún así él había decidido nombrarlos sus tenientes aconsejado por Jean Pierre. El espía le había dicho que eso levantaría el ánimo de los tropas y en efecto lo hizo.

—El escuadrón siete y ocho tampoco lo hace mal.—Aldini señaló a un grupo de diez soldados, todos con una excelente puntería.—Cuando llegaron apenas sabían disparar.

—Han progresado mucho desde entonces, aunque no todos...—Damien caminó hacia el equipo quince.

Durante su última reunión el teniente Walker solicitó su permiso para que sus subordinados también practicarán con la espada y Bleiston accedió. Pero las cosas no habían marchado muy bien desde entonces.

—Teniente usted lo hace ver fácil, pero no es así.—se quejaba uno de sus soldados. El joven soltó la espada, exhausto. Llevaban practicando desde la mañana.

—¡Solo tienen que concentrarse!—les gritó Walker molesto.

Otros militares se lo hubiesen pensando dos veces antes de llevarle la contraria a su superior, pero esos pobres campesinos poco sabían de la disciplina y la obediencia ciega.

—¿Qué está pasando?—Con cada paso que Bleiston daba se vislumbraba cada vez más clara la desesperación en los ojos del oficial. Walker estaba perdiendo la paciencia.—¿Qué es lo que les resulta tan difícil?

—General.

Los hombres lo saludaron a coro y luego procedieron a explicarse.

—El teniente desea que aprendamos a usar la espada con los ojos vendados—uno de ellos le mostró la venda que llevaba en su mano—Dice que no podemos fiarnos de la vista, pero esto ya cae en el extremo de la locura.

—Sin nuestros ojos, no somos nada.—añadió un segundo.

—Y con todo respeto solo el teniente es capaz de una hazaña así.

—¿Eso es lo que creen?—Bleiston le arrebató la venda y se cubrió los ojos antes de desenvainar su espada—Adelante...ataquen cuando quieran.

Todos los presentes se quedaron viendo entre sí. Solo Walker aceptó el reto. El teniente atacó usando su propia espada. Y fue bloqueado en el acto.

Sin la vista, los otros sentidos se agudizan...Tacto, oído y olfato. Hasta una ligera brisa se siente como un fuerte viento cuando todo el mundo está a oscuras.

Comparado con eso, el aleteo de la espada se asemejaba más a un poderoso huracán que a una brisa. Y por ende, era más fácil distinguirla.

Ahí viene.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora