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Lucy parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la oscuridad de la habitación. Al darse cuenta que no era su cama, ni su casa se sintió muy nerviosa y trató de levantarse de golpe, pero apenas consiguió sentarse.

—¿Donde estoy?—exigió a la nada mientras gemía de dolor.

—Bienvenida a mi residencia, milady.—aquella voz masculina le hizo pegar un pequeño saltito en la cama. Lo buscó con la mirada desesperada. Necesitaba saber la identidad de su secuestrador, aunque su tono de voz ya le dió un poderoso indicio. El caballero bebía un poco de vino sentado en un diván forrado con terciopelo negro.—Siento si la asusté.

—¿Por qué?—fue lo único que salió de sus labios al reconocerlo. Era el señor Bleiston.—¿Por qué me trajo hasta aquí?

—Era lo más sensato a hacer.

Lucy tragó con fuerza evitando doblegarse ante la incómoda situación.

—Déjeme ir con mi familia.—pidió tratando de sonar firme, aunque se oyó más como una súplica.

—No es prudente.

El caballero se puso de pie dejando a un lado la copa de vino y se acercó hacia la cama. Lucy retrocedió asustada hasta que su espalda chocó contra el espaldar. El dolor del impacto le hizo jadear.

—Debería quedarse quieta.—advirtió Bleiston mientras posaba una de sus manos en su mejilla.—Eso va a dejar un moretón.

—Culpa de sus hombres, señor...¿Acaso no les enseño cómo tratar a una dama?—replicó mordaz.

Pero eso solo consiguió arrancarle una sonrisa.

—A mi me contaron que fue usted quién atacó a uno de ellos de un cabezazo.

—Se lo merecía.—afirmó sin tapujos y se zafó de su agarre.—Ahora déjeme ir o el siguiente que saldrá lastimado será usted.

—Me gustaría verla intentarlo.

Lucy volvió a tratar de ponerse en pie, pero apenas su pierna tocó el frío suelo se dió cuenta que solo estaba en camisón y uno para nada decente. Volvió a la seguridad de la cama en cuestión de segundos y lo miró con toda la indignación que pudo reunir.

—¿Acaso usted...—su atención se posó en su vestido al filo de la cama y luego en él.

—No sería la primera vez ¿o sí?

Lucy apretó los dientes y apartó la mirada. Se sentía como una tonta y una ingenua. Ella que siempre se jactaba de tomar por sorpresa a los demás, ahora era prisionera en las manos de Damien Bleiston.

—Déjeme sola.

—Tengo que revisarla.—respondió serio. Fue divertido jugar un rato con ella, pero no podía seguir perdiendo el tiempo.—Solo me tomara unos minutos, ahora acuéstese.

La joven tuvo que tragarse su orgullo y obedecer pues su cuerpo así se lo exigía. Sentía pinchazos de dolor en sus piernas y en sus brazos que hacía que moverse fuera una odisea.

—Gracias por colaborar.—escuchó que él le decía.

Ella decidió ignorarlo mientras pretendía que su presencia no le afectaba, aunque era muy consciente de cada uno de sus movimientos. Como alzaba su camisón hasta su cintura y miraba desde su tobillo hasta su muslo.

—¿Siente dolor?—le preguntó presionando con su cálida mano un poco más arriba de su rodilla.

Lucy no contestó, pero su quejido fue suficiente respuesta. Repitió el mismo procedimiento con su otra pierna.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora