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Los días pasaban y el desencanto de Lucinda crecía. Cada mañana seguía la misma rutina de siempre, se levantaba temprano, visitaba la biblioteca o uno de los salones para luego volver a su recamara, dónde permanecería el resto del día.

Pues al parecer su anfitrión se había olvidado por completo de su existencia. Y por lo que sabía, había noches en las que no llegaba a dormir. Ella jámas pudo comprobarlo porque se esperaba qué, para cuando el reloj diera las nueve, estuviera profundamente dormida. Bonnie no se marchaba sino era así.

Pero esa noche fue diferente. Su doncella había estado distraída toda la tarde y por error le comentó que su patrón volvería temprano ese día. Por lo que convencida de que podía mejorar su estancia en Bleiston House lo esperó despierta una vez que Bonnie abandonó su habitación.

No pasó mucho tiempo para que se escucharán pasos en el pasillo y luego el sonido de la puerta abrirse. Era justo la habitación frente a la suya.

Lucy no se lo pensó dos veces y se coló a la recamara sin tocar. Estaba molesta y quería que él lo supiera.

—Señor...—su voz se quedó atorada en su garganta cuando vió que estaba a punto de quitarse la camisa. Al verla prefirió recomponerse la prenda.

—¿Acaso no le han enseñado a tocar, milady?

—Debí haberlo olvidado...—la dama se recuperó enseguida—...así como usted olvidó que una persona no puede estar aislada todo el día en su habitación.

—¿De qué está hablando?—frunció el ceño.—Es usted la que ha decidido aislarse voluntariamente y no compartir las comidas conmigo y con mis hombres.

—¡¿Cómo?!—Lucy lo miraba incrédula.—Fue usted quién ordenó que mis comidas se sirvieran en el comedor de esta planta, Bonnie me lo dijo.

Damien empezó a ver todo con la claridad de un vidente. Durante la última semana la señora Portia le había dicho que su invitada se rehusaba a participar de las comidas y que no tenía interés en verlo. Esa había sido la excusa perfecta para disuadirlo de acercarse a ella y para sorpresa de nadie, había funcionado.

—Yo no ordené nada milady, pero conozco quién sí.—movió su campana para llamar a su ayuda de camara, Frederick.—Busca a la señora Portia y a la señorita Bonnie.

—Sí señor.

Su sirviente fue en busca de la doncella y de su ama de llaves. Ambas mujeres llegaron con un lapsus de retraso de cinco segundos. Ni un segundo más.

—Mi señor.—se inclinaron ante él.

—Puedo saber porqué Lady Lucinda ha estado comiendo en una habitación diferente al comedor principal, señorita Bonnie.

La doncella agachó la cabeza mientras buscaba desesperada la mirada de su superiora, quien le regaló una sonrisa a cambio.

—Porque yo se lo ordené, mi señor.—contestó la señora Portia asumiendo toda la culpa.—Yo ordené que milady comiera en el piso superior.

Lucy parpadeó un par de veces al oír semejante afrenta. Jamás en su vida se imaginó que una ama de llaves se tomaría tales libertades.

—¿Por qué hizo algo así?—Damien se cruzó de brazos a la espera de una buena explicación.

—Por el bien de su invitada.

—¿Por mi bien?—musitó Lucinda.

—Es joven, 18 años, debutante y con un escándalo en puerta—habló en tono categórico dirigiéndose hacia ella.—¿Acaso sus institutrices no le enseñaron a cuidar su reputación? ¿Qué pensaría su familia si la descubrieran a solas con un soltero?

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora