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Minerva esperó que su jefe desapareciera tras la puerta para comentarle a Raphael lo que los gemelos habían hecho. No quería ser ella quien los delatará frente a Bleiston. Esa era tarea de su superior.

—Mi señor hay algo que debo poner en su conocimiento.

El hombre la regresó a ver confundido. Había esperado poder retirarse a sus aposentos antes de ser detenido por la joven.

—¿Qué ocurre Minerva?

—Alexander y Francis aprovecharon su ausencia para traer "invitadas" a casa.—dijo haciendo especial incapie en el término "invitadas". No quería que cupiera la menor duda de a qué tipo de compañía femenina se refería.

—¿Cómo?—Raphael frunció el ceño.—Esa es una acusación muy grave señorita Browning ¿tiene pruebas?

—Mis compañeros son testigos de semejante agravio, pero además...—salió corriendo por uno de los pasillos y volvió con un camisón en sus manos—...Dejaron esta prenda a su partida.

—¡¿Se quedaron a dormir?!—la confusión de Raphael fue reemplaza por molestia.

La muchacha asintió.

—Pero no se preocupe organice a mis mujeres para vigilarlas.—alegó con firmeza.—Pasamos en vela toda la noche para asegurarnos de que nada malo le ocurriera.

—¿Y los archivos?

—En perfecto estado, mi señor.

—Buen trabajo.—Raphael le arrebató la prenda de un tirón y con la evidencia en mano fue en busca de los gemelos.

Minerva lo siguió en completo silencio. Ansiaba estar ahí para asegurarse que los caballeros recibieran su merecido castigo.

—¡Ustedes no aprenden!—Raphael azotó la puerta de la habitación de Alexander.

El caballero se puso de pie al verlo, con los ojos abiertos de par en par.

—¿Raphael? ¿Cómo?—se enderezó para no parecer tan pequeño como se sentía.—Pense que volverían mañana.

—¿Qué pasa?—Francis salió de la habitación contigua alertado por los gritos.

—Entra.—gruñó su superior empujándolo por el hombro.

—Lo que sea que te haya dicho esa embaucadora es mentira.—se adelantó Alexander a su inminente destino.—Minerva solo quiere generar división entre nosotros.

—¿Y qué se supone que significa esto?—Raphael lanzó la evidencia frente a ellos. La prenda se deslizó por el suelo como serpiente venenosa.

—¿Un camisón?—los gemelos negaron.—Seguramente lo tomó de la habitación de mi señora.

—Tela barata, rosa y de mal gusto, mi señora jamás utilizaría algo así.—fue tajante.—Y antes de qué pregunten cómo lo sé, recuerden quién soy...

—El Consejero Principal.—respondieron los tres a coro.

Cuando su señora estaba en Londres Raphael era el encargado de actualizarla con sus reportes cada mañana. Su relación era tan cercana que Crystal nunca se molestaba en vestirse para recibirlo.

—Lo sentimos.—Alexander y Francis agacharon la cabeza en señal de arrepentimiento.—No volverá a pasar.

—Por supuesto que no, de eso me encargo yo.

Los gemelos tragaron con fuerza.

—¿Cuál será nuestro castigo?—se aventuró a preguntar Francis. No podría dormir con semejante zozobra.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora