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Damien aguardó escondido detrás de un árbol a qué la mujer se marchara. Había prometido que no se encontrarían y lo estaba cumpliendo.

—¿Ya se fue?—le preguntó a Minerva, quién no había dejado de vigilar a su compañera ni por un segundo.

—Sí señor.

La doncella fue la primera en salir de su improvisado escondite.

—Es nuestro turno.

Damien avanzó con su ramo de rosas y las depositó con cuidado en el único florero vacío. Elise se había encargado de rellenar los demás con sus propios presentes.

—El gusto de mi señora es envidiable.—opinó Minerva al ver la delicada armonía que la mujer había creado con un poco de ingenio y un conocimiento envidiable de plantas.

Era como estar en un campo de flores silvestres.

—Le gusta presumir.—se burló él mientras recorría las tumbas de sus padres y de David.

—Admito que aún me falta mucho para ser como ella.—se sinceró.

—¿Acaso no te basta con ser mi favorita?

De entre todas sus sirvientas había elegido a Minerva como su predilecta para ascender.

—Nunca dije eso.—la joven se apresuró a agachar la cabeza.—Ser su favorita es lo mejor que me pudo haber pasado, mi señor.

Al verla tan nerviosa Damien decidió cambiar de tema.

—Tengo entendido que Elise aún no ha escogido a un favorito.

—No señor.—negó con la cabeza.—Pero lo más probable es que sea David.

—¿Por qué estás tan segura?

—Ese niño tonto tiene encantado a todas las mujeres en Bleiston House. Es fácil pensar que él será el siguiente.

—Pero a tí no te gusta.

—Odio a los hombres como él.

Hombres sin anhelos.

—Pues no deberías.—le reprochó.

La mujer frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Es un Lancaster.—fue su respuesta.—No importa si su rango es bajo ahora, en un futuro eso puede cambiar.

—Nada cambiará si ese hombre carece de ambición.

—La ambición es un gran impulso para avanzar, pero no el único, ni el más importante.—Damien se agachó a la altura de la tumba de su padre y con su pañuelo retiró un poco de tierra de la lápida.

—Es verdad, lo siento mi señor.—masculló la muchacha y con un ligera venia se retiró de su presencia.

Con que un impulso...

El cielo rugía como un león enjaulado y de sus entrañas gotas de lluvia caían a raudales sobre la tierra.

Frío

Dolor

Muerte

El viento agitaba las copas de los árboles y soplaba contra los rostros de las dolientes que se escondían detrás de sendos encajes. Bleiston podía oír con claridad sus llantos, pero al ser incapaz de mirarlas no estaba seguro de porqué lloraban.

¿Agonía?

¿Tristeza?

¿Felicidad?

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora