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La brisa marina soplaba contra sus mejillas y aliviaba en algo la fatiga de su cuerpo. Había pasado de ser un maletero a formar parte de la tripulación. Sus deberes ahora consistían en limpiar la cubierta o izar las velas.

—Thompson tienes correspondencia.—lo llamó uno de sus superiores y le entregó una carta—Puedes leerlo, pero que sea rápido.

—Lo haré en la noche.—guardó el sobre en su pantalón y continuó con su trabajo. En las últimas semanas había pasado más tiempo navegando que en tierra firme. Su piel antes blanca, ahora presumía de un excelente bronceado.

Era como ver a otra persona cada vez que se plantaba frente al espejo. Aunque tampoco tenía mucho tiempo para eso. Sus tareas empezaban a las 5 de la madrugada y terminaban a las 7 de la noche. Tenía un descanso de una hora durante las comidas y luego a la cama.

—William.—lo llamó uno de sus compañeros y lo tomó por el hombro. A pesar de su aspecto imponente Richard Lewis era gentil y atento.—Vamos a comer, dicen que hoy hay estofado.

—Yo solo quiero algo de beber.—jadeó exhausto. Había terminado de trapear los pasillos que llevaban a los camarotes.

—Aburrido...—lo llevó con él al comedor principal—¡Ya llegamos!—gritó haciéndole señas a sus demás compañeros.

—Por aquí...—le respondió Mathew Green, un jovencito pecoso y de contextura delgada—Les guardé sitio.

—Gracias.—masculló David tomando asiento frente a la gigantesca mesa del comedor. Cabían por lo menos treinta personas.

—Thompson oí que te enviaron a limpiar los pasillos, menos mal no fue el servicio como a Lewis—señaló a su acompañante.

—Muy gracioso, Green.—el hombre mayor le dió un coscorrón en la nuca. Era alto, de espalda ancha y bastante robusto. Tenía un excelente físico, pero carecía de un intelecto destacable por lo que no había podido ascender más allá del puesto que ocupaba ahora.

—¿Saben cuándo regresaremos a Londres?—David tomó su plato de guiso de una de las bandejas que las cocineras repartían.

—Dijeron que en dos días...¿Por qué?

—Solo curiosidad.

El caballero empezó a comer mientras sus amigos se miraban entre sí con una pícara sonrisa tirando de sus labios.

—Me imagino que tu afán se debe a cierta señorita...—empezó Mathew.

—Creo que se llamaba Lily.—lo siguió Richard—La dueña de tus tardes y de tus noches.

—¿De qué demonios están hablando?—David frunció el ceño. Esos dos eran muy cotillas.

—¿Crees que no hemos notado todas esas cartas que escribes?—lo picó el joven Green—¿O tus constantes visitas a la flota de la señorita Volsano solo para verla?

—Te tiene loco, Thompson admítelo—se burló el hombre mayor.

—Los únicos locos son ustedes.—negó Lancaster con la cabeza.

—Es bonita—admitió Mathew—Y además lista, dicen que consiguió trabajo en la residencia Onslow.

—Me alegro por ella.—masculló David. Los condes eran buenas personas, por lo que no dudaba que estaría bien bajo su cuidado.

—Pero dilo con más emoción, hombre...—Green le dió una palmadita en la espalda.—Pareciera que no te importará

—Apenas y conozco a la muchacha.—admitió sin pena alguna. La había visto un par de veces cuando iba a visitar al señor Karl.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora