PERCY II

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Mientras Percy se lanzaba cuesta abajo a ochenta kilómetros por hora, oyó que las hermanas gorgonas gritaban y vislumbró el cabello de serpientes de coral de Euríale en la cima de la colina, pero no tenía tiempo para preocuparse por eso. El suelo se acercaba a toda velocidad.

Flexionó las piernas al caer, pensando brevemente en que se partiría todos los huesos, no obstante, cuando volvió a erguirse se encontraba perfectamente.

—Hmph...

Miró cuesta arriba. Las gorgonas eran fáciles de localizar, con su cabello de serpientes tan colorido y sus chalecos de vivo tono verde. Bajaban con cuidado por la pendiente, avanzando más despacio que Percy pero de forma mucho más controlada. Las patas de pollo debían de ir bien para trepar. Percy calculó que tenía unos cinco minutos antes de que lo alcanzasen.

Su tridente se encogió hasta transformarse nuevamente en un bolígrafo y se lo guardó en el bolsillo.

A su lado, una alta valla de tela metálica separaba la autopista de un barrio de calles sinuosas, casas acogedoras y eucaliptos muy altos.

Echó un vistazo hacia el este. Como suponía, unos cien metros cuesta arriba, la autopista atravesaba la base del precipicio. Dos bocas de túnel, una para cada dirección del tráfico, lo contemplaban como las cuencas oculares de un gigantesco cráneo. En medio, donde habría estado la nariz, un muro de cemento sobresalía de la ladera, con una puerta metálica como la entrada de un búnker.

Podría haber sido un túnel de mantenimiento. Probablemente eso pensaban los mortales, si es que alguna vez se fijaban en la puerta. Pero ellos no podían ver a través de la Niebla. Percy sabía que la puerta era más que eso.

Dos chicos con armadura flanqueaban la entrada. Iban vestidos con una extraña mezcla de yelmos romanos con penachos, petos, vainas, tejanos, camisetas de manga corta moradas y zapatillas deportivas blancas. El centinela de la derecha parecía una chica, pero era difícil saberlo con seguridad con toda la armadura. El de la izquierda era un chico robusto muy alto. Los dos sostenían largas varas de madera con puntas de lanza de hierro.

El radar interno de Percy emitía señales como loco. Después de tantos días terribles, por fin había alcanzado su objetivo. Su instinto le decía que si podía cruzar esa puerta, estaría a salvo por primera vez desde que los lobos lo habían mandado hacia el sur.

Entonces ¿por qué se sentía tan inquieto?

Más arriba, las gorgonas avanzaban con dificultad sobre el tejado de un complejo de apartamentos. Le quedaban tres minutos, tal vez menos.

Una parte de él deseaba correr hacia la puerta de la colina. Tendría que cruzar a la mediana de la autopista, pero una vez allí sólo una breve carrera lo separaría de la puerta. Sería sencillo. Podría llegar antes de que las gorgonas lo alcanzaran.

Otra parte de él deseaba dirigirse hacia el oeste, al mar. Allí estaría más seguro. Allí su poder sería mayor. Los centinelas romanos de la puerta le hacían sentirse incómodo. Algo dentro de él le decía: "Este no es mi territorio. Es peligroso".

—Tienes razón—le dijo una voz a su lado.

Percy se volvió, mientras desplegaba su tridente. Al principio pensó que Esteno había conseguido acercarse otra vez a él sin hacer ruido, pero la anciana sentada en los arbustos era todavía más repulsiva que una gorgona. Parecía una hippy a la que hubieran echado a la cuneta de una patada hacía cuarenta años, y desde entonces hubiera estado recogiendo basura y harapos. Llevaba un vestido hecho con una mezcla de tela desteñida, edredones raídos y bolsas de plástico. Su pelambrera ensortijada era gris parduzco, como la espuma de la cerveza de raíz, y la llevaba recogida con una cinta con el símbolo de la paz. Tenía la cara llena de verrugas y lunares. Cuando sonreía, enseñaba exactamente tres dientes.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ