PERCY III

223 22 4
                                    


A Percy no le daban miedo los fantasmas, lo cual era una suerte. En el campamento, la mitad de la gente estaba muerta.

Relucientes guerreros morados permanecían fuera del arsenal, puliendo espadas etéreas. Otros pasaban el rato delante de los barracones. Un chico espectral perseguía a un perro espectral por la calle. Y en los establos, un chico rojo corpulento y brillante con cabeza de lobo vigilaba a una manada de unicornios.

Ninguno de los campistas prestaba demasiada atención a los fantasmas, pero cuando pasaba el séquito de Percy, encabezado por Reyna y flanqueado por Frank y Hazel, todos los espíritus dejaban lo que estaban haciendo y se quedaban mirando a Percy. Unos cuantos parecían furiosos. El niño fantasma chilló: "Graecus!" y se volvió invisible.

Percy frunció el ceño levemente. Después de pasar semanas solo, toda aquella atención le hacía sentirse incómodo. Aún así, permaneció siembre con la frente en alto y mirando al frente.

—¿A qué se debe?—preguntó.

—¿Te refieres a los fantasmas?—Hazel se volvió. Tenía unos ojos llamativos, como el oro de catorce quilates—. Son lares. Dioses domésticos.

—"Dioses domésticos"—repitió Percy—. Suena patético.

—Son espíritus ancestrales—explicó Frank. Su tono parecía ser de enfado, asombro y terror al mismo tiempo.

Se había quitado el yelmo y había dejado al descubierto... no mucho, en realidad. La mayor parte de su rostro estaba cubierto por una venda blanca con intrincados detalles en rojo. De lo poco que se podía apreciar de él era su marcado mentón y su enmarañado cabello rubio. Por la frente le caía un mechón un tanto más largo que el resto teñido de un tono rojizo.

Era, sin duda, la persona más extravagante que se había encontrado hasta el momento.

—Los lares son una especie de mascotas—continuó—. En general son inofensivos, pero nunca los había visto tan agitados.

Percy notaba que estaba haciendo esfuerzos por mostrarse amable, pero su actitud estaba sacando de quicio a las personas a su alrededor. No es que le importase realmente, pero se preguntaba cuánto tiempo pasaría antes de tener que recurrir de nueva cuenta a su tridente.

—Me están mirando fijamente—dijo Percy—. Uno me llamó Graecus.

—Cuando lleves un tiempo aquí, empezarás a entender el latín. Los semidioses lo entienden de forma natural—dijo Hazel—. Graecus significa "griego".

—¿A caso eso es malo?—preguntó Percy.

Frank carraspeó.

—Puede que no. Quizás piensan que realmente eres griego. ¿Es de allí tu familia?

—No lo sé. Como ya he dicho, he perdido la memoria.

—O a lo mejor...

Frank titubeó.

—¿Qué?—exigió saber Percy.

—Probablemente nada—contestó Frank—. Los romanos y los griegos son antiguos rivales. A veces los romanos usan la palabra graecus como insulto para referirse a alguien que es un forastero: un enemigo. Yo no me preocuparía.

Parecía muy preocupado.

Se detuvieron en el centro del campamento, donde se unían dos anchos caminos empedrados formando una T.

Un letrero denominaba el camino VIA PRAETORIA. El otro camino, que atajaba por el centro del campamento, se denominaba VIA PRINCIPALIS. Debajo de los indicadores había letreros pintados a mano, como BERKELEY 8 KILÓMETROS; NUEVA ROMA 1,5 KILÓMETROS; VIEJA ROMA 11.700 KILÓMETROS; HELHEIM 3.700 KILÓMETROS (señalando hacia abajo); RENO 334 KILÓMETROS, y MUERTE SEGURA: ¡ESTÁS AQUÍ!

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora