PERCY XL

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El piloto dijo que el avión no podía quedarse a esperarlos.

Percy debería haber estado deprimido. Estaba atrapado en Alaska, el territorio del gigante, sin poder comunicarse con sus viejos compañeros a medida que recuperaba la memoria. Había visto una imagen del ejército de Polibotes a punto de invadir el Campamento Júpiter. Se había enterado de que los gigantes tenían pensado utilizarlo como una especie de sacrificio para despertar a Gaia. Además, a la noche siguiente se celebraba la fiesta de Fortuna. A él, Frank y Hazel les esperaba una tarea imposible de completar. En el mejor de los casos liberarían a la Muerte, y esta se llevaría a los dos amigos de Percy al Valhalla. No era una perspectiva muy halagüeña.

Aun así, Percy se sentía extrañamente lleno de energía. El sueño de Tyson le había levantado el ánimo. Se acordaba de Tyson, su hermano, el único hermano suyo que no despreciaba. Habían luchado juntos, habían celebrado victorias y habían compartido buenos momentos en el Campamento Mestizo. Se acordaba de su hogar, de su trono y eso le daba una nueva determinación para triunfar. En ese momento estaba luchando por dos campamentos, por dos familias, por su trono como rey de los semidioses.

Hera le había robado la memoria y lo había mandado al Campamento Júpiter por un motivo. Entonces lo comprendía. Aun así, tenía ganas de partirla por la mitad con su tridente, pero por lo menos entendía su forma de razonar. Si los dos campamentos trabajaban juntos, tenían una oportunidad de detener a sus enemigos mutuos. Por separado, los dos campamentos estaban perdidos.

Había otros motivos por los que Percy quería salvar el Campamento Júpiter. Motivos que no se atrevía a expresar; al menos, todavía. De repente veía un futuro para él y para Annabeth que antes no había imaginado.

Mientras tomaban un taxi al centro de Anchorage, Percy les explicó sus sueños a Frank y a Hazel. Ellos se mostraron inquietos pero no se sorprendieron cuando les dijo que el ejército del gigante estaba rodeando el campamento.

Frank se atragantó cuando le oyó hablar de Tyson.

—¿Tienes un hermano cíclope?

—Claro—dijo Percy, con una leve sonrisa burlona—. Eso le convierte en tu tataratatara...

—Por favor—Frank se tapó los oídos—. Basta.

—Mientras él pueda llevar a Ella al campamento...—dijo Hazel—. Estoy preocupada por ella.

Percy asintió con la cabeza. Todavía estaba pensando en los versos de la profecía que la arpía había recitado: los que hablaban del ahogamiento del hijo de Poseidón y de la marca de Atenea que ardía a través de Roma. No estaba seguro de lo que significaba la primera parte, pero estaba empezando a hacerse una idea de lo que decía la segunda. Trató de dejar de lado la cuestión. Primero tenía que sobrevivir a la misión.

El taxi giró en la autopista Uno, que a Percy le pareció más una callejuela, y los llevó hacia el norte en dirección al centro. Era media tarde, pero el sol todavía estaba alto en el cielo.

—No puedo creer cómo ha crecido este sitio...—murmuró Hazel.

El taxista sonrió por el espejo retrovisor.

—¿Ha pasado mucho tiempo desde su última visita, señorita?

—Unos setenta años—contestó Hazel.

El taxista cerró el tabique corredero de cristal y siguió conduciendo en silencio. Según Hazel, casi todos los edificios habían cambiado, pero señaló los elementos del paisaje: los inmensos bosques que rodeaban la ciudad, las aguas frías y grises de la ensenada de Cook que recorrían el margen norte de la ciudad, y las montañas Chugach que se alzaban a lo lejos con un color azul grisáceo, cubiertas de nieve incluso en junio.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoWhere stories live. Discover now