TERCERA PERSONA XLIX

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Frank se quedó tan pasmado que Hazel tuvo que gritar su nombre una docena de veces para que se percatara de que Alcioneo estaba volviendo a levantarse.

Molió al gigante a golpes en la cabeza hasta que empezó a roncar. Mientras tanto, el glaciar seguía desmoronándose y el borde del abismo se acercaba lentamente más y más.

Thanatos planeó hacia ellos con sus alas negras, luciendo una expresión serena.

—Sí, señor—dijo con satisfacción—. Allá van unas cuantas almas, ahogadas. Más vale que os deis prisa, amigos, o vosotros también os ahogaréis.

—Pero Percy...—Frank apenas podía pronunciar el nombre de su amigo—. ¿Está...?

—Es pronto para saberlo. En cuanto a este...—Thanatos miró a Alcioneo con expresión de repugnancia—. Aquí no podréis matarlo. ¿Sabéis lo que tenéis que hacer?

Frank asintió con la cabeza, aturdido.

—Así es.

—Entonces nuestro asunto ha concluido.

Frank y Hazel se volvieron el uno al otro con nerviosismo.

—Esto...—Hazel titubeó—. ¿Quiere decir que no me... que no va a...?

—¿A cobrarme tu vida?—preguntó Thanatos—. Vamos a ver...

Sacó un iPad negro de la nada. Pulsó la pantalla varias veces, y Frank pensó: "Por favor, que no haya ninguna aplicación para recolectar almas".

—No te veo en la lista—dijo Thanatos—. Verás, Hades me da órdenes precisas para las almas que se escapan. Por algún motivo, no ha ordenado tu detención. Tal vez considera que tu vida todavía no ha acabado, o podría ser un descuido. Si prefieres que llame y pregunte...

—¡No!—gritó Hazel—. Así está bien.

—¿Estás segura?—preguntó la Muerte amablemente—. Tengo habilitada la videoconferencia. Tengo una dirección de Skype en alguna parte...

—No, de verdad—parecía que a Hazel acabaran de quitarle miles de kilos de peso de los hombros—. Gracias.

—Ugh—masculló Alcioneo.

Frank le dio otro golpe en la cabeza.

La Muerte alzó la vista de su iPad.

—En cuanto a ti, Frank Zhang, tampoco es tu momento. Todavía te queda un poco de combustible por consumir. Pero tampoco creas que te estoy haciendo un favor. Volveremos a vernos en circunstancias menos agradables.

El acantilado seguía desplomándose; el borde estaba ya a sólo seis metros de distancia. Arión relinchaba impacientemente. Frank sabía que tenían que marcharse, pero le quedaba una pregunta por hacer.

—¿Y las Puertas de la Muerte?—dijo—. ¿Dónde están? ¿Cómo las cerramos?

—Ah, sí, claro—una expresión de irritación cruzó el rostro de Thanatos—. Mis puertas. Cerrarlas estaría bien, pero me temo que eso no se encuentra dentro de mis posibilidades. No tengo ni la más remota idea de cómo podríais hacerlo. No puedo deciros exactamente dónde están. Su situación no es... bueno, no es un lugar del todo físico. Deben de ser encontradas a través de la búsqueda. Puedo recomendaros que empecéis vuestras pesquisas en Roma, la Roma original. Necesitaréis la ayuda de un guía especial. Sólo un tipo de semidiós puede interpretar las señales que os acabarán llevando a mis puertas.

Aparecieron unas grietas en el hielo bajo sus pies. Hazel acarició el pescuezo de Arión para impedir que se desbocara.

—¿Y mi hermano?—preguntó—. ¿Está vivo?

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoМесто, где живут истории. Откройте их для себя