PERCY XXXIX

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Percy habría preferido conducir el Cadillac de la abuela Zhang hasta Alaska perseguido por ogros que lanzaban bolas de fuego a sentarse en un Gulfstream de lujo.

Ya había volado antes. Los detalles eran confusos, pero se acordaba de un pegaso llamado Blackjack. Había estado en un avión una o dos veces. Pero el sitio de un hijo de Poseidón no estaba en el aire, era algo simplemente antinatural. Los peces no volaban y las aves no nadaban.

Trató de concentrarse en la conversación de Frank y Hazel. Hazel estaba asegurando a Frank que había hecho todo lo posible por su abuela. Frank los había salvado de los lestrigones y los había sacado de Vancouver. Había sido increíblemente valiente.

Frank mantenía la cabeza gacha como si se avergonzara de haber llorado, pero Percy lo comprendía perfectamente. El pobre acababa de perder a su abuela y había visto su casa arder en llamas. Por lo que a Percy respectaba, derramar unas cuantas lágrimas por algo así no te hacía menos hombre, sobre todo cuando acababas de rechazar a un ejército de ogros que querían comerte de desayuno.

A Percy todavía no le cabía en la cabeza que Frank fuera su pariente lejano. Frank sería su sobrino nieto multiplicado por mil. Era de lo más raro, pero de cierta manera le hacía sentido.

Frank se negaba a explicar exactamente en qué consistía su "don familiar", pero mientras volaban hacia el norte, les relató la conversación que había mantenido con Ares la noche anterior. Explicó la profecía que Hera había pronunciado cuando él era un bebé, que su vida estaba ligada a un trozo de leña, y que le había pedido a Hazel que se lo guardara.

Percy ya había averiguado parte de esa información. Era evidente que Hazel y Frank habían compartido algunas experiencias raras cuando se habían desmayado y que habían hecho una especie de trato. Eso también explicaba por qué incluso en ese momento, movido por la costumbre, Frank no parara de comprobar el bolsillo de su abrigo y por qué se ponía tan nervioso cuando había fuego cerca. Aun así, Percy no podía imaginarse el valor que había necesitado Frank para embarcarse en una misión, sabiendo que una pequeña llama podía apagar su vida.

—Frank, me siento orgulloso de ser pariente tuyo—dijo.

A Frank se le pusieron las orejas coloradas. No parecía saber como responder al cumplido.

—Hera tiene planes para nosotros, algo relacionado con la Profecía de los Siete.

—Sí—masculló Percy—. Nunca me a agradado especialmente Hera.

Hazel metió los pies debajo de ella. Examinó a Percy con sus luminiscentes ojos dorados y él se preguntó cómo podía estar tan tranquila. Era la más joven de los tres, pero siempre los mantenía unidos y los consolaba. Se dirigían a Alaska, donde ella había muerto en el pasado. Tratarían de liberar a Thanatos, quien podría llevársela otra vez al Helheim. Y, sin embargo, no mostraba el más mínimo temor. Ella era una digna hija del hermano Hades, a Percy no le cabían dudas de ello.

—No eres un hijo de Roma, ¿verdad?—dijo ella—. Eres un semidiós griego.

Percy tomó su collar de cuero.

—Empecé a recordar en Portland, después de tomar la sangre de gorgona. He estado recuperando la memoria poco a poco desde entonces. Hay otro campamento, la cede de mi reino: el Campamento Mestizo.

El simple hecho de pronunciar el nombre embargaba a Percy de un calor interior. Le invadieron buenos recuerdos: el olor de los campos de fresas al cálido sol veraniego, fuegos artificiales iluminando la playa el 4 de julio, sátiros tocando zampoñas delante de la fogata nocturna y un beso en el fondo del lago de las canoas.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoWhere stories live. Discover now