HAZEL XVIII

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—¡Hazel!—Frank agitaba los brazos con voz de pánico—. ¡Por favor! ¡Despierta!

Abrió los ojos. El cielo nocturno brillaba lleno de estrellas. El bote había dejado de balancearse. Estaba tumbada en tierra firme, con su espada y su mochila al lado.

Cuando se incorporó estaba como atontada y todo le daba vueltas. Se encontraban en un acantilado que daba a una playa. A unos treinta metros, el mar relucía a la luz de la luna. Las olas batían suavemente contra la popa de su bote varado. A su derecha, arrimado al borde del acantilado, había un edificio que parecía una pequeña iglesia con un reflector en el chapitel. Un faro, supuso Hazel. Detrás de ellos, unos campos de hierba alta susurraban al viento.

—¿Dónde estamos?—preguntó.

Frank espiró.

—¡Gracias a los dioses, has despertado! Estamos en Mendocino, a unos doscientos cincuenta kilómetros al norte del Golden Gate.

—¿Doscientos cincuenta kilómetros?—repitió Hazel gimiendo—. ¿He estado inconsciente tanto tiempo?

Percy se arrodilló a su lado, mientras el viento revolvía su cabello. Le posó la mano en la frente como si estuviera comprobando si tenía fiebre.

—No podíamos despertarte. Al final decidimos traerte a tierra. Pensamos que tal vez el mareo...

—No ha sido un mareo.

Ella respiró hondo. No podía seguir ocultándoles la verdad. Se acordó de lo que había dicho Nico: "Si tienes una regresión como esa en pleno combate...".

—Tengo... tengo que ser sincera con vosotros—dijo—. Lo que me ha pasado ha sido un desmayo. Los sufro de vez en cuando.

—¿Un desmayo?—Frank tomó la mano de Hazel, un gesto que a ella le sorprendió... aunque agradablemente—. ¿Es un problema de salud? ¿Cómo es que no me había fijado antes?

—Intento ocultarlo—reconoció ella—. Hasta ahora he tenido suerte, pero está empeorando. No es un problema de salud... en realidad no. Nico dice que es un efecto secundario de mi pasado, del lugar donde me encontró.

Los intensos ojos azules de Percy eran difíciles de descifrar. Ella no sabía si estaba preocupado o receloso.

—¿Dónde te encontró Nico exactamente?—preguntó.

Hazel notó la lengua como si fuera de trapo. Tenía miedo de que si empezaba a hablar, sufriera otra regresión al pasado, pero ellos se merecían saber la verdad. Si les fallaba en aquella misión, si se quedaba como un tronco cuando más la necesitaban... No soportaba la idea.

—Os lo explicaré—prometió. Rebuscó en su mochila. Había cometido la estupidez de olvidarse de llevar una botella de agua—. ¿Hay... hay algo de beber?

—Sí.—Percy murmuró una maldición en griego—. Dejé las provisiones en el bote.

A Hazel le sabía mal pedirles que cuidaran de ella, pero se había despertado muerta de sed y agotada, como si durante las últimas horas hubiera vivido al mismo tiempo en el pasado y en el presente. Se echó al hombro la mochila y la espada.

—Da igual. Puedo andar...

—Ni se te ocurra—dijo Frank—. No hasta que hayas tomado comida y agua. Iré a buscar las provisiones.

—No, iré yo.

Percy miró la mano de Frank sobre la de Hazel. A continuación oteó el horizonte como si intuyera problemas, pero no había nada que ver: sólo el faro y el campo de hierba que se extendía hacia el interior.

—Vosotros dos quedaos aquí. Enseguida vuelvo.

—¿Estás seguro?—preguntó Hazel—. No quiero que...

—Tranquila—dijo Percy—. Frank, estate atento. Hay algo en este sitio... No lo sé.

—La mantendré a salvo—prometió Frank—. No veré mucho, pero tengo un oido fino.

Percy asintió levemente y se retiró.

Cuando se quedaron solos, Frank pareció darse cuenta de que seguía sosteniendo la mano de Hazel. Se aclaró la garganta y la soltó.

—Yo, esto... Creo que sé a qué se deben tus desmayos—dijo—. Y de dónde vienes.

A ella le dio un vuelco el corazón.

—¿De verdad?

—Eres muy distinta de las otras chicas que he conocido—Frank hizo una mueca y acto seguido continuó atropelladamente—. No distinta en el mal sentido. Es la forma cómo hablas. Las cosas que te sorprenden, como canciones o programas de televisión, o la jerga que usa la gente. Hablas de la vida como si la hubieras vivido hace mucho tiempo. Naciste en otra época, ¿verdad? Vienes del Valhalla.

A Hazel le entraron ganas de llorar, no porque estuviera triste, sino porque era un gran alivio oír a alguien decir la verdad. Frank no se mostraba asqueado ni asustado. No la miraba como si fuera un fantasma o un horrible zombi... o bueno, eso esperaba. Odiaba no poder ver sus ojos. Se sorprendió preguntándose de qué color serían. ¿Grises como los de Ares? ¿O quizá de otro tono?

—Frank, yo...

—Ya lo solucionaremos—prometió él—. Estás viva. Y te vamos a mantener así.

La hierba susurraba entre ellos. A Hazel le picaban los ojos con el viento frío.

—No me merezco un amigo como tú—dijo—. No sabes lo que soy... lo que he hecho.

—Basta—Frank endureció el tono, como había hecho en los juegos de guerra—. ¡Eres genial! Además, no eres la única que tiene secretos.

Hazel lo miró fijamente.

—¿De verdad?

Frank se disponía a decir algo, pero se puso tenso.

—¿Qué?—preguntó Hazel.

—El viento ha parado.

Ella miró a su alrededor y reparó en que él tenía razón. El aire se había quedado totalmente inmóvil.

—¿Entonces?—preguntó.

Frank tragó saliva.

—Entonces ¿por qué oigo a la hierba moverse?

Con el rabillo del ojo, Hazel vio unas formas oscuras moviéndose a través del campo.

—¡Hazel!

Frank trató de agarrarle los brazos, pero era demasiado tarde.

Algo le golpeó hacia atrás. Entonces una fuerza como un huracán de hierba envolvió a Hazel y la arrastró hacia los campos.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoМесто, где живут истории. Откройте их для себя