FRANK XXIV

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Frank blandió la lanza a un lado y al otro.

—¡Atrás!—Su voz sonaba chillona—. Tengo unos... hum... poderes increíbles... y tal.

Los basiliscos siseaban en una armonía a tres voces. Tal vez estaban riéndose.

La punta de la lanza pesaba ya tanto que era casi imposible de levantar, como si el triángulo de hueso blanco dentado tratara de tocar la tierra. Entonces a Frank se le encendió una bombilla: Ares había dicho que la punta era un diente de dragón. ¿No había una historia sobre unos dientes de dragón sembrados en la tierra, algo que había leído en clase de monstruos en el campamento...?

Los basiliscos lo iban rodeando pausadamente. Tal vez vacilaban a causa de la lanza. Tal vez simplemente les costaba creer lo tonto que era Frank.

Parecía una locura, pero Frank dejó que la punta de la lanza cayera. La clavó en el suelo. "Crac".

Cuando la levantó, la punta había desaparecido: se había partido en la tierra.

Estupendo. Ahora tenía un palo dorado.

La parte más temeraria de su persona quería sacar su trozo de leña. Si iba a morir de todas formas, tal vez pudiera provocar una enorme llamarada e incinerar a los basiliscos para que al menos sus amigos pudieran escapar.

Antes de que pudiera armarse de valor, el suelo retumbó a sus pies. Salió tierra por todas partes, y una mano esquelética arañó el aire. Los basiliscos sisearon y retrocedieron.

Frank los comprendía perfectamente. Observó horrorizado como un esqueleto humano salía arrastrándose del suelo. Se cubrió de carne como si alguien le estuviera echando gelatina sobre los huesos y tapándolos con una piel brillante y transparente. Luego una ropa fantasmal lo envolvió: una camiseta de tirantes, unos pantalones de camuflaje y unas botas militares. Todo era gris en la criatura: ropa gris sobre carne gris cubriendo huesos grises.

Se volvió hacia Frank. Su cráneo sonrió bajo un inexpresivo rostro gris. Frank gimoteó como un cachorrillo. Las piernas le temblaban tanto que tuvo que apoyarse con el astil de la lanza. Frank advirtió que el guerrero esqueleto estaba esperando... esperando órdenes.

—¡Mata a los basiliscos!—gritó—. ¡No a mí!

El guerrero esquelético entró en acción. Agarró a la serpiente más cercana, y aunque su piel gris empezó a echar humo al entrar en contacto con el monstruo, estranguló al basilisco con una mano y lanzó su cuerpo sin vida. Los otros dos basiliscos sisearon airadamente. Uno se abalanzó sobre Frank, pero lo apartó de un golpe con el extremo de la lanza.

La otra serpiente escupió fuego directamente a la cara del esqueleto. El guerrero avanzó resueltamente y pisó la cabeza del basilisco con la bota.

Frank alcanzó a desviar la mirada a tiempo volviéndose hacia el último basilisco, que estaba enroscado en el linde del claro observándolos. El astil de la lanza de oro imperial estaba echando humo, pero a diferencia de su ropa, no pareció deshacerse al contacto con el basilisco. El pie y la mano derechos del guerrero esqueleto estaban disolviéndose lentamente a causa del veneno. Tenía la cabeza en llamas, pero por lo demás parecía en perfecto estado.

Frank hizo una mueva de dolor, se miró la mano y el pie derecho y notó como su piel bullía y se destruía. Sintió un terrible ardor en la cabeza, como si se estuviese bañando bajo un soplete.

Con un rugido de esfuerzo volvió a ponerse su venda y trató de controlar su respiración. El dolor se hizo más llevadero, pero las heridas persistían sobre su cuerpo.

El basilisco que quedaba hizo algo inteligente. Se giró para huir. En un abrir y cerrar de ojos, el esqueleto sacó algo de su camiseta, lo lanzó a través del claro y empaló al basilisco en la tierra. Frank pensó que se trataba de un cuchillo, pero se dio cuenta de que era una de las costillas del esqueleto.

Frank se alegró de tener el estómago vacío.

Bù Hâo...

El esqueleto se acercó al basilisco dando traspiés. Extrajo su costilla y la usó para cortar la cabeza de la criatura. A continuación, el esqueleto decapitó los cuerpos de los otros dos monstruos y dio una patada a los cadáveres para esparcir su carne y órganos. Frank recordó la forma en que el río Tíber había separado los restos de las dos gorgonas para impedir que volvieran a formarse.

—Te estás asegurando de que no vuelvan—advirtió Frank—. O retrasándolos, como mínimo.

El guerrero esqueleto se puso firme delante de Frank. Su pie y su mano envenenados habían desaparecido casi del todo. Su cabeza seguía ardiendo.

—¿Qué... qué eres?—preguntó Frank.

Tenía ganas de añadir: "Por favor, no me hagas daño".

El esqueleto le saludó con el muñón de la mano. A continuación, empezó a desmoronarse hundiéndose en el suelo.

—¡Espera!—dijo Frank—. ¡Ni siquiera sé cómo llamarte! ¿Hombre de diente? ¿Huesitos? ¿Gris?

Mientras su rostro desaparecía bajo la tierra, el guerrero pareció sonreír con un leve brillo al oír el último nombre... o tal vez sólo estaba enseñando los dientes. Acto seguido desapareció, dejando a Frank solo con su lanza sin punta.

—Gris—murmuró—. Vale... pero...

Examinó la punta de su lanza. Un nuevo diente de dragón estaba empezando a salir del astil dorado.

"Sólo puedes atacar tres veces con ella"—había dicho Ares—, "así que úsala sabiamente".

Frank oyó pasos detrás de él. Percy y Hazel entraron en el claro corriendo. Percy tenía mejor aspecto, pero llevaba una cartera desteñida de la A.V.S.A.I. que desde luego no pegaba nada con su estilo. Tenía en la mano a Contracorriente. Hazel había desenvainado su spatha.

—¿Estás bien?—preguntó ella.

Percy se giró en busca de enemigos.

—Iris nos ha dicho que estabas aquí luchando solo contra los basiliscos. Hemos venido lo más rápido que hemos podido. ¿Qué ha pasado?

—No estoy seguro—reconoció Frank.

Hazel se agachó junto a la tierra donde había desaparecido Gris.

—Percibo muerte. O mi hermano ha estado aquí o... ¿los basiliscos están muertos?

Frank tragó saliva. Ya se sentía bastante inadaptado sin tener que explicar que tenía un muerto viviente por secuaz.

"Sólo puedes atacar tres veces". Frank podía invocar a Gris dos veces más. Sin embargo, percibía cierta malevolencia en el esqueleto. No era ninguna mascota. Era una despiadada fuerza mortal apenas controlada por el poder de Ares. A Frank le daba la sensación de que haría lo que él dijera, pero si sus amigos estaban por casualidad en la línea de fuego... en fin. Y si Frank era un poco lento dando indicaciones, podría empezar a matar a todo lo que se interpusiera en su camino, incluido a su amo.

Ares le había dicho que la lanza le brindaría un respiro hasta que aprendiera a usar las facultades de su madre, lo que significaba que tenía que aprender esas facultades... rápido.

—Muchas gracias, papá—murmuró.

—¿Qué?—preguntó Hazel—. Frank, ¿estás bien?

—Ya te lo explicaré luego—dijo—. Ahora hay un ciego en Portland al que tenemos que ver.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora