HAZEL XVII

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Hazel odiaba los barcos.

Se mareaba con tanta facilidad que para ella era un tormento. No le había comentado ese detalle a Percy. No quería echar por tierra la misión, pero se acordaba de lo horrible que había sido su vida cuando ella y su madre se habían mudado a Alaska, sin carreteras. Adondequiera que fuesen tenían que tomar un tren o un bote.

Confiaba en que su estado hubiera mejorado desde que había vuelto de entre los muertos, pero saltaba a la vista que no era así. Y aquel pequeño bote, el Pax, se parecía tanto al que habían tenido en Alaska que le traía malos recuerdos...

En cuanto zarparon del muelle, a Hazel se le empezó a revolver el estómago. Cuando dejaron atrás los muelles del embarcadero de San Francisco, se sentía tan mareada que pensaba que estaba teniendo alucinaciones. Pasaron volando por delante de un par de leones marinos que holgazaneaban en los muelles, y habría jurado que vio a un viejo mendigo sentado entre ellos. Desde la otra orilla, el anciano señaló con un dedo huesudo a Percy y esbozó con los labios algo parecido a "Ni se te ocurra".

—¿Habéis visto eso?—preguntó Hazel.

La cara de Percy estaba teñida de rojo con la puesta de sol.

—Sí. He estado aquí antes. No... no sé. Creo que estaba buscando a mi novia.

—Annabeth—dijo Frank—. ¿Te refieres a cuando ibas al Campamento Júpiter?

Percy frunció el ceño.

—No. Antes de eso.

Escudriñó la ciudad como si estuviera buscando a Annabeth hasta que pasaron por debajo del Golden Gate y giraron hacia el norte.

Hazel trató de asentar su estómago pensando en cosas agradables: la euforia que había sentido la noche anterior cuando habían ganado los juegos de guerra, la entrada a lomos de Aníbal en el torreón enemigo, la repentina transformación de Frank en líder... Le había parecido una persona distinta cuando había escalado los muros, ordenando a la Quinta Cohorte que atacara. La forma en que había arrasado a los defensores de las almenas... Hazel nunca lo había visto así. Se había sentido muy orgullosa de prenderle la insignia de centurión en la camiseta.

Entonces sus pensamientos se centraron en Nico. Antes de partir, su hermano la había llevado aparte para desearle buena suerte. Hazel esperaba que se quedara en el Campamento Júpiter para ayudar a defenderlo, pero él le había dicho que partiría ese mismo día para regresar al Helheim.

—No me habías contado lo mal que están las cosas en verdad—le recriminó Hazel—. ¿Tanto así como para que papá tuviese que dejar su reino?

—No deseaba preocuparte, ya tienes suficientes problemas—respondió él—. He de partir de inmediato para imponer orden entre los demonios. Sigo siendo el rey de los fantasmas, me escucharán. Además... está ese asunto con el Tártaro.


TÁRTARO


La prisión de los dioses, donde perdura la muerte y la oscuridad, situada dentro de las profundidades del Helheim.

Hazel entornó los ojos.

—¿Qué pasa con él?

Nico miró a los lados, asegurándose de que nadie más estuviese escuchando.

—Hace millones de años, durante la Gigantomaquia, mientras los dioses libraban la batalla final contra las fuerzas de Gaia, aprovechando el caos de la batalla, los titanes, una vez subordinados de Cronos, encarcelados en el Tártaro, vieron la oportunidad de escapar.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de Neptunoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن