TERCERA PERSONA LII

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Eran, sin duda alguna, los refuerzos más extraños de la historia militar romana. Hazel iba montada en Arión, que se había recuperado lo bastante para llevar a una persona a la velocidad de un caballo normal, aunque maldijo sobre sus doloridos cascos durante todo el trayecto cuesta abajo.

Frank se transformó en un legendario Pájaro Bermellón Chino, un fénix—algo que a Percy seguía pareciéndole injusto— y se elevó por encima de ellos. Tyson corría colina abajo, blandiendo su maza y gritando: "¡Hombres poni malos! ¡UH!", mientras Ella revoloteaba alrededor de él, recitando datos del Almanaque del viejo granjero.

En cuanto a Percy, se dirigió a la batalla montado en la Señora O'Leary con un carro lleno de pertrechos de oro imperial que hacían ruido y tintineaban detrás, y el estandarte del águila dorada de la Duodécima Legión elevado por encima de él.

Rodearon el perímetro del campamento, cruzaron el Pequeño Tíber por el puente situado más al norte y penetraron en el Campo de Marte en el margen oeste de la batalla. Una horda de cíclopes estaba fustigando a los campistas de la Quinta Cohorte, quienes trataban de mantener sus escudos juntos para permanecer con vida.

Al verlos en peligro, a Percy le embargó una oleada de ira protectora. Aquellos eran los chicos que lo habían acogido. Eran su familia. Y eran su pueblo.

—¡Quinta Cohorte!—gritó—. In omnia paratus!

Cargó contra el cíclope más cercano. Lo último que el monstruo vio fueron las fauces de la Señorita O'Leary.

Después de que el cíclope fuese partido a la mitad—y permaneciera muerto, gracias a la Muerte—, Percy saltó de su perra infernal y se abrió paso violentamente a estocadas entre los otros monstruos.

Tyson embistió contra la líder de los cíclopes, Ma Gasket, ataviada con su vestido de malla salpicado de barro y decorado con lanzas rotas.

La cíclope miró boquiabierta a Tyson y dijo:

—¿Quién...?

Tyson la golpeó tan fuerte en la cabeza que la cíclope dio una vuelta y se desplomó.

—¡Señora cíclope mala!—rugió—. ¡El general Tyson le ordena que se muera!

Volvió a golpearla, y Ma Gasket se desparramó en todas direcciones en la forma de carne, hueso y órganos aplastados.

Entre tanto, Hazel embestía de acá para allá montada en Arión, atravesando a un cíclope tras otro con su spatha, mientras Frank cegaba a los enemigos con sus garras.

Una vez que todos los cíclopes a menos de cincuenta metros hubieron quedado reducidos a cadáveres, Frank se posó delante de sus tropas y se transformó en humano. Su insignia de centurión y su corona mural relucían en su chaqueta de invierno.

—¡Quinta Cohorte!—gritó—. ¡Venid a por vuestras armas!

Los campistas se recuperaron de la impresión y se apiñaron en torno al carro. Percy hizo todo lo que pudo por repartir las armas rápidamente.

—¡Vamos, vamos!—los apremiaba Dakota como loco mientras bebía sorbos de refresco de su termo—. ¡Nuestros compañeros necesitan ayuda!

Al poco rato la Quinta Cohorte estaba equipada con nuevas armas, escudos y cascos. No lucían un aspecto precisamente uniforme. De hecho, parecía que hubieran estado de compras en un saldo del Rey Midas, pero de repente se convirtieron en la cohorte más poderosa de la legión.

—¡Seguid el águila!—ordenó Frank—. ¡A la batalla!

Los campistas prorrumpieron en vítores. Cuando Percy y la Señorita O'Leary avanzaron, toda la cohorte los siguió: cuarenta guerreros dorados que relucían intensamente clamando sangre.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoWhere stories live. Discover now