𝟎𝟎𝟒. all the skeletons you hide...

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CAPÍTULO         CUATROTodos los secretos que escondes

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CAPÍTULO CUATRO
Todos los secretos que escondes

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En el momento en el que Blair decidió aceptar el Cosmopolitan que Spencer le había comprado, fue el inicio del fin.

Conforme pasaban las semanas, ella resentía de manera exponencial las razones por las que había decidido en un principio mantenerse alejada de él. Cada minúsculo movimiento era suficiente como para que el corazón de Blair comenzara a derretirse. Se molestaba consigo misma todo el tiempo por estar sintiéndose como una adolescente por un hombre... uno que era diferente. El hecho de que fuese tan bueno con ella solo empeoraba las cosas. Sería más sencillo si fuese un idiota, de quien podría olvidarse en cuestión de segundos. No era suficiente con que fuese increíblemente bonito, también tenía que ser un perfecto caballero y un terrón de azúcar que había acostumbrado a llevarle un latte de vainilla. Ella compraba donas todo el tiempo, así que Reid encontró sencillamente la forma de hacerla sentir como si se tratara de un intercambio, pero a él no le importaban las donas, le gustaba ver lo feliz que era bebiendo su latte de vainilla, porque era su favorito. Al principio, sólo se lo compraba a ella, pero Spencer se dio cuenta de que resultaría demasiado sospechoso, así que estaba por quedar en bancarrota por comprarles cafés a sus compañeros.

Ellos creían que estaban siendo discretos, y en teoría, entre ellos dos, ninguno se había dado cuenta del genuino interés que tenían el uno por el otro, pero resultaba más que obvio para un grupo de agentes del FBI. Spencer nunca la llamaba «Barbie», tampoco bromeaba con ella sobre su conocido desprecio por los hombres, ni tampoco mencionaba nada sobre sus llamativos atuendos rosados; él la trataba diferente, como si fuera una princesa. Las cosas no cambiaban mucho cuando se trababa de Blair, pues aunque se había tardado un poco en acostumbrarse a llamarlo «Spence» en lugar de «doctor Reid» o «Reid», una vez que comenzó, todos se dieron cuenta de que tal vez no odiaba a todos los hombres; se sonrojaba cuando él le sonreía, o cuando se acercaba demasiado a ella. Eran demasiado obvios.

GOLD RUSH,  spencer reidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora