4; La vista del cielo nocturno sobre un árbol

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Capitulo cuatro

"La vista del cielo sobre un árbol"



La curiosidad no abandonaba su cabeza. Después de hacer ese comentario Daimon no volvió a mencionar una palabra al respecto, a pesar de su insistencia.

¿Acaso se habían visto antes?

Eso era imposible. Él recordaría a alguien tan peculiar. Sin embargo no entendía a qué se debió su comentario.

Una vez más la noche había caído, y como era de costumbre en ese bosque, un frío que helaba hasta los huesos la acompañaba.

Anselin era un Príncipe entrenado para soportar vientos despiadados e infernales desiertos. A pesar de eso allí estaba, intentando prender una fogata porque se le congelaba el trasero.

No entendía como Daimon podía estar tan plácidamente recostado en su nido, cuando a él no se le dejaba de gotear la nariz y castañar los dientes.

Todas las maderas en el bosque estaban húmedas, y a pesar de saberlo no dejaba de intentar sacarles un poco de humo.

Daimon lo miraba atento desde el árbol, sin perderse ninguno de sus movimientos.

—Está húmedo, no prenderán —le dijo, como si el Príncipe no lo supiera.

—Lo sé —respondió todavía frotando las maderas entre si—. Pero si me quedo quieto, me congelaré.

Escuchó el ruido de las ramas del árbol sacudirse y de repente vio la mano de Daimon en frente suyo. Sujetado de una rama, le extendía su mano gentilmente invitándolo a subir.

—Si Su Alteza tiene frío, yo lo mantendré caliente.

No quiso hacerlo, de verdad que no, pero no pudo evitar malinterpretar sus inocentes intenciones.

—Ah... está bien. No tengo tanto frío, puedo quedarme y dormir aquí abajo —forzó una sonrisa.

—Dormir en el suelo es terriblemente frío hasta endurecer el cuerpo, y los lobos podrían atacarte mientras duermes —doblegó Daimon, estirándose un poco más hasta el Príncipe.

Anselin dudo por unos segundos, pero no tenía demasiadas opciones para elegir.

Por amabilidad aceptó la mano de Daimon y dejó que lo ayudara a subir hasta el nido.

El demonio se medió recostó sobre las hojas, esperando a que Anselin hiciera lo mismo. Inseguro de lo que estaba por hacer se sentó en el único espacio libre entre sus piernas, haciendo demasiado esfuerzo para no tocarlo y se quedó allí sin mover ni un musculo. Entonces sintió como con gentileza, casi como si le estuviera pidiendo permiso sin palabras, Daimon se apoyó sobre su espalda brindándole calor a pesar de tener la armadura puesta.

Su cuerpo era caliente, sorpresivamente cálido. En cuestión de segundos Anselin se vio envuelto con su calor, y se sintió tan bien que le dejo de importar la posición comprometedora en la que estaba.

—¿Su Alteza aún tiene frío?

Su cálido aliento choco contra su oreja, mandando un cosquilleo por todo su cuerpo. No quiso voltear, pero tenía la sensación de que sus labios podrían estar casi pegados a su oído. Tragó saliva y respiró antes de contestar.

—...No mucho —solo dijo.

Se arrepintió de inmediato de no haber mentido; Daimon lo rodeo con sus brazos y piernas, envolviendo su cuerpo por completo. Anselin quedó en el medio hecho un bollito, apretado y calentito.

El Príncipe Heredero y el Demonio del bosqueWhere stories live. Discover now