14; Encuentro inesperado

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Los soldados tinopatense titubearon antes de apuntar al Príncipe con sus espadas.

―Su Alteza, por mandato de Su Majestad el Rey, usted queda bajo arresto.

Anselin volteó a verlos con indignación. ―Acaban de presenciar en carne propia que los demonios están entre los humanos, ¿cómo podría seguir siendo importante mi captura?

―Son órdenes directas del Rey, Alteza. Debemos ignorar lo demás y cumplir con nuestra orden.

¿¡Cómo podría él ser más importante que esto!?

―Envíenle un mensaje a mi padre por mí; no... ―Ni siquiera fue capaz de terminar la oración cuando fue tomado por la cintura y conducido hasta el ventanal roto, desapareciendo en la oscuridad del mar y la noche.

Anselin sintió que todo a su alrededor dio vueltas, y cuando se estabilizó, chocó contra alguna pared. En el momento que levantó la mirada, se dio cuenta de que ya le habían dado la espalda con intenciones de dejarlo solo otra vez.

Entonces se apresuró a pronunciar―: ¡Daimon!

La figura delante suyo se congeló al oírlo, deteniendo su andar. Sin embargo no volteó a verlo.

―Eres tú, ¿verdad? ­­­

Después de un tiempo, la otra persona levantó las manos y se bajó la capucha, revelando por primera vez su rostro ­cuando se medió giró.

Anselin contuvo el aliento sin darse cuenta. Estaba impresionado, porque sin duda era el rostro atractivo de Daimon, pero era muy diferente a como lo había visto por última vez hace poco más de un año.

Su piel ya no era grisácea, ahora más bien parecía de un color aterciopelado. De sus escamas y cuernos no había rastros y su altura era la de un hombre normal.

Su apariencia ya no era la de un híbrido, era con plenitud la de un humano. Solo la heterocromía de sus ojos dejaban rastro de su verdadera naturaleza.

Al ver la clara confusión en el rostro del ­Príncipe, las comisuras de los labios de Daimon se levantaron para formar una sonrisa amarga.―Ahora que me veo así, ¿Su Alteza todavía intentará matarme?

Anselin estudió su cuerpo y se esforzó para pronunciar―: No importa cómo te veas, eres lo que eres.

No hubiera imaginado que tan pronto lo dijera, la expresión de Daimon cambiaría por completo. Su mirada se volvió profunda y glacial.

No lo dijo con ánimos de ofender y mucho menos despreciarlo. Se mordió la lengua cuando se dio cuenta de que en realidad había sonado bastante despectivo.

¡No podían culparlo, estaba nervioso!

Y como era de esperarse, ­no aceptó sus palabras con alegría. Una risotada seca salió de sus labios. ―Claro, siempre seré un demonio. ―Apretó los dientes en la última palabra.

Anselin quiso decir: "Así como yo siempre seré un Príncipe", pero sintió que no era adecuado y no quería que esto se tratara de él.

Daimon había tenido el intento de irse, pero por alguna razón seguía allí parado. Se quedaron así uno frente a otro; mirándose como si no lo hubieran hecho desde hace mucho tiempo, esperando a que alguno de los dos dijera algo primero. ­El Príncipe no lo soportó más y tuvo que romper el silencio que se había alargado por varios minutos. ―Te he buscado todo este tiempo, y nos hemos cruzado varias veces. ¿Por qué no viniste, en lugar de esconderte?­

Daimon lo miró como si hubiera hecho la pregunta más estúpida del mundo. ―¿Me buscabas? ¿Puedo saber para qué?, ¿Culparme o quizá humillarme y luego intentar matarme? ―Escupió con la ira reprimida en su voz. Con cada pregunta avanzó hasta acorralar a Anselin contra la pared de piedra. ―. No me ocultaba de Su Alteza, solo no tenía deseos de estar cerca de ti.

El Príncipe Heredero y el Demonio del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora