17; La decapitación de un Príncipe

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Capitulo diecisiete

"La decapitación de un Príncipe"

El tiempo encerrado fue más del que esperó. Varias lunas pasaron antes de que le preguntara a Shopie, que fue a verlo con llantos y regaños, si conocía la razón. No fue hasta que Darren apareció con una expresión afligida que lo supo.

Resulta que después de su desesperado y fracasado intento de advertirles, los gobernantes del resto de los países firmaron una petición para que se sometiera al Príncipe Heredero a un juicio de carácter internacional. Su padre no tuvo más opción que aceptar.

Anselin casi escupió sangre de la boca al oírlo. ―Un juicio... ―pellizcó el espacio entre sus cejas― Sabía que podría pasar algo en cuanto apareciera, pero no imaginé un juicio, mucho menos internacional. No hay tiempo para eso.

Darren estaba mucho más afectado por la noticia que él. ―Príncipe, lo quieren acusar de traición... No solo a Tinopai, sino a todos los reinos.

―Sé de qué me acusan ―estaba por volverse loco―. ¡Esto es absurdo! ¿Cuándo he cometido traición?

―Los cargos son por atentar contra toda la humanidad ―Darren lo interrumpió de golpe―. Nunca debió relacionarse con el demonio del bosque.

Anselin enmudeció, con los ojos fijos en los de su amigo. Permitió que el ambiente se volviera un poco más tenso antes de volver a hablar. Se sentó en la silla de su escritorio, dejando caer sus codos sobre las rodillas. ―¿Cuándo será?

―Mañana, al salir el sol.

Cerró los parpados y suspiró. Estaba cansado, muy cansado. ―Ya puedes irte. Me gustaría estar solo, necesito pensar.

Pero Darren se mantuvo de pie frente a él, con los ojos casi humedecidos. ―Anselin... Sabes lo que significa un juicio bajo esos cargos.

Lo sabía, claro que lo sabía. No había sido obligado a leer esos gruesos libros sobre leyes durante toda su vida por nada. Porque lo sabía, no respondió, no levantó la vista y ni se movió hasta que Darren abandonó la habitación.

Oyó la puerta cerrarse con suavidad. Cuando estuvo en completa soledad, dejó escapar el aire que estuvo reteniendo y se dejó caer, sin fuerzas, sobre el respaldo de la silla.

No sabía expresar con exactitud qué sentía en ese momento. Tal vez era una sensación de derrota, o podría ser depresión, miedo o furia. Temía que la fuerza mental que estaba manteniendo hasta ahora, lo amenazaba con irse para dejarlo afrontar esto por su cuenta. Seguía dando su mayor esfuerzo por mantener la imagen de hombre fuerte que había creado, pero estaba agotado, realmente cansado. No se hallaba con la voluntad de afrontar un juicio en su contra con pena de muerte.

No era tonto, sabía que tenía todo para perder. Con resignación y desolación, su cabeza aceptó que ese debía ser su destino. Que ya no sería problema suyo lo que sucediera después. No velaría por nadie más.

Fue un pensamiento que apenas duró unos segundos. Con una punzada en el corazón, recordó que lo había mirado directo a los ojos cuando le prometió que se volverían a encontrar.

Inclinó la cabeza hacia atrás y miró al techo con cierta melancolía. ―No puedo romper una promesa que fue dicha directa a los ojos...

Consideró posibilidades, pero huir no era una de ellas. Tanto su puerta como debajo del ventanal, los guardias hacían custodia día y noche para asegurarse de que no pusiera un pie fuera. De otro modo, intentaría convencer al resto una vez más.

Por más que su enorme cama, decorada con sábanas y cortinas de seda, lo esperaba en la habitación, no se movió de la silla. Fue incapaz de pegar un ojo en toda la noche. La ansiedad y la preocupación le habían congelado el cuerpo. Con los ojos todavía pegados en el techo, se dio cuenta de que el sol comenzó a aparecer, anunciando con su resplandor que el tiempo se le había acabado.

El Príncipe Heredero y el Demonio del bosqueWhere stories live. Discover now