9; Donde los celos se tornan verdes

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Capitulo nueve;

"Donde los celos se tornan verdes"



Dentro del palacio, de lo único que se hablaba entre los trabajadores era sobre la lealtad jurada del demonio hacia el Príncipe. El Príncipe había sometido de forma innegable al demonio y hecho que haga un voto de rodillas, ¡Era indiscutible que servían al príncipe más poderosos de todos! Jamás se supo de algún humano que haya logrado semejante cosa. Todos se mordían las lenguas, conteniéndose, para no esparcir su grandeza fuera del castillo.

Los susurros eran poco cautelosos y las paredes del palacio muy delgadas; los cuchicheos solo hablaban de que tenía a Daimon comiendo de la palma de su mano.

Anselin por supuesto que estaba en total desacuerdo. Entendía que Daimon no conocía la importancia de un juramento tal y como ese, por lo que no le quiso tomar importancia. Creyó que tal vez, solo había escuchado esas palabras en algún lado y las había repetido cual loro.

Pero admitía que su actuación imprudente había traído algo bueno; dentro del castillo se sentían un poco más tranquilos al saber que el demonio respondería a las órdenes del príncipe.

Estaban en la habitación del Príncipe, tomando las medias del cuerpo de Daimon. Su sastre de confianza había llegado hace unos minutos, y tan rápido como vio al demonio, a pesar de temerle, se emocionó al enterarse que debería crear un atuendo para él.

¡Iba a ser el primer sastre en la historia en confeccionar para un demonio! No solo trabajaba con la realeza, ahora su categoría había subido un poco más.

Sin embargo, Anselin le pidió estrictamente que lo mantuviera en secreto. "Solo por el momento", le había dicho.

Anselin esperó sentado en un sillón rojo aterciopelado, mientras tomaba té.

El sastre paró a Daimon en el medio de la habitación y con una cinta métrica envolvió todas las partes de su cuerpo. No dejaba de pronunciar cosas como: "magnifico", "asombroso", "¡qué altura!" y "por favor, no me mires así". A pesar de que su cuerpo y extremidades eran movidos de aquí para allá, el demonio fue paciente porque el Príncipe quería que lo fuera.

Después de todo, se había tomado la molestia de llamar a alguien para que hiciera ropa solo para él.

Anselin le dio un sorbo a la taza de té antes de hablar: —Gustavo, ¿Cuánto crees que te tomará confeccionarlo? —le preguntó.

— ¡Ah! ¡Como siempre, Alteza, si se trata de usted trabajaré lo más rápido posible!

—Y te lo agradeceré. Confió en tú buen ojo y que harás algo adecuado para él.

—Por supuesto, Su Alteza. ¡No lo decepcionaré!

Gustavo le dio una última mirada a Daimon, como si estuviera tratando de grabar cada parte de su rostro y cuerpo en su mente. El demonio enarcó una ceja. — ¡Lo tengo! —soltó. Se despidió de ambos con una reverencia y desapareció con prisa.

El sastre no faltó a su palabra, y como dijo, había trabajado tan rápido que en apenas un día y medio, había confeccionado un juego de ropa. Se las hicieron llegar con rapidez al Príncipe, quien las recibió con emoción. Gustavo era su sastre personal, lo había elegido él mismo porque creaba piezas preciosas que se adaptaban al aura de las personas. Quería ver a Daimon con ellas, y averiguar si no se había equivocado en el primer pensamiento que tuvo sobre él en el bosque.

Ese mismo día, antes de que pudiera alcanzar la verdad, un sirviente le había avisado sobre la llegada de la Princesa Irina al reino. No tuvo más opción que pedirle a Daimon que se cambiara en lo que él iba a recibirla; dejándolo al cuidado de sus criados y guardias que luego lo escoltarían al salón recibidor, donde lo esperaría.

El Príncipe Heredero y el Demonio del bosqueحيث تعيش القصص. اكتشف الآن