24; Dos mil años en el pasado

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Capitulo veinticuatro

"Dos mil años en el pasado"


Detrás del portal, fueron recibidos por el cielo humano.

Las nubes cubrían de apoco el atardecer del cielo, amenazando con una pronta llovizna. A pesar de eso, la súbita luz fue dolorosa para los ojos de Anselin que habían permanecido mucho tiempo en la oscuridad.

Respiró con profundidad el aire tan limpio y fresco que estuvo extrañando, trayéndole un poco de alivio.

Cuando sus ojos se adaptaron a la leve claridad, pudo apreciar lo que parecían ser casas y edificios orientales. Era fácil darse cuenta de que no hubo vida humana desde hace mucho tiempo; todo fue afectado por el paso del tiempo y la naturaleza se había apropiado de las calles y viviendas.

Mientras contemplaba con intriga, se extrañó al no escuchar más sonidos que los que él mismo provocaba. Volteó a ver, encontrándose con Daimon observándolo de brazos cruzados y de pie frente al portal que comenzaba a cerrarse poco a poco.

― ¿Dónde está Morana? ―preguntó al no verla llegar con ellos.

―La envié a Tinopai. Quieran o no, necesitaran un demonio de su lado. Podrá intervenir de ser necesario.―respondió con calma. Sus ojos seguían pegados a Anselin con intensidad.

El Príncipe tuvo la sensación de que reprimía algo con aquella postura y falsa tranquilidad― ¿Cuándo lo decidieron? ¿Morana estuvo de acuerdo?

―Antes de cruzar el portal, y no se lo pregunté ―contestó.

―...Ni siquiera voy a imaginar la expresión de mi padre cuando aparezca semidesnuda frente a él―se frotó la frente―... ¿Y por qué nosotros estamos aquí? También deberíamos haber ido...

Dejó de hablar cuando el portal terminó de cerrarse, revelando a algunos kilómetros a espaldas de Daimon una vieja estructura de varios metros de altura. A duras penas parecía esconder una figura dentro.

Inmediatamente captó su atención. Desde allí, aparentaba ser una estatua enorme.

―Antes, quería que vieras algo importante. ―el rostro de Daimon se inclinó levemente mientras daba un paso al costado, invitándolo a pasar.

Anselin intercaló su atención entre el hombre que lo miraba con calidez, y la extraña figura a la distancia. Casi hipnotizado, caminó hasta ella siendo seguido por los ojos de Daimon.

Como si fuera atraído por el lugar, los pies se le movían por si solos. Detrás de sí, podía oír los pasos tranquilos que lo seguían muy de cerca.

Conforme más se acercaba, la prisa por llegar era más intensa, casi desesperante.

No era solo enorme: era gigantesca, de al menos veinte metros de altura, volviéndola inquietante.

Frente a ella, Anselin se extrañó al notar que estaba hecha de jazmines. A los costados de los pies, habían sido plantadas cientos de rosas blancas que sin cuidado y supervisión, crecieron silvestres.

― ¿Qué... es este lugar?

Sobre las columnas que alguna vez le dieron forma a lo que alguna vez pretendió ser un santuario al aire libre, los jazmines trepaban sobre todo su entorno; colgando bellos racimos que endulzaban el aire que envolvía la figura misteriosa de aquel Dios.

Era una vista majestuosa. Mucho más majestuosa que cualquier cosa que haya visto. Pero sin embargo, su pecho dolía con angustia. El corazón se estrujaba con cada latido, llenándole los ojos de lágrimas, sin poder despegarlos de la estatua.

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⏰ Última actualización: Mar 20 ⏰

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El Príncipe Heredero y el Demonio del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora