21; Flores de jazmín para mi amado, Mo Li Hua

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El fin de la capital era marcado por un desierto de tierra, rocas enormes y oscuridad. Cuando la luz de la ciudad dejó de marcarles el camino, Daimon hizo aparecer aquellas bolas de fuego dando un soplido, naciendo de su propio aliento. Flameantes, tomaron la delantera para guiarlos.

El Príncipe estaba impresionado. ¡No tenía ni idea que podía hacer eso! Así como tampoco tenía idea de que podía volverse completamente humano. Con respecto a lo último, desde hace tiempo tenía una inquietud, de la cual el miedo a la verdad no le permitía preguntar.

Ahora que no podía perderse entre multitudes, su mano fue soltada dejándole una sensación fria en la palma.

Solos en esas inmensas tierras, un profundo silencio los rodeaba. Sus pasos en la tierra y respiraciones, acompañadas con el sonido flameante de las bolas de fuego, era lo que se escuchaba. Sin sonidos de viento, ni de animales nocturnos como los habría en el mundo humano, volvía la atmosfera inquietante. Las enormes rocas parecían gigantes vigilándolos. ¡Demasiado alarmante mirarlas!

Anselin se preocupó cuando de la nada, Daimon dejó de dirigirle la palabra. Le resultó extraño que ni siquiera volteara a mirarlo, y eso lo molestaba. Estaba sin duda confundido; ¿Cómo estaba tan sereno después de haberlo besado? ¿Tan insignificante fue? Trató de ignorar lo sucedido estas últimas horas, sabiendo que no iba a ser algo que olvidaría a la ligera. ¡Solo había sido un gesto provocado por un momento de debilidad! Aunque así fue, ¿¡fue tan insignificante!?

Se sentía idiota por parecer ser el único al que le preocupaba. Mirando a Daimon caminar tan tranquilo ahora, solo lo fastidiaba. Pero tampoco quería hablar sobre ello. ¡Ni siquiera sabía lo que estaba esperando!

Pero este comportamiento repentino por su parte, solo le hacía pensar que en realidad no era como quiso creer, y Daimon estaba realmente irritado por hacerle el favor de ayudarlo por puro compromiso.

No sabía qué hacer para demostrar que en verdad estaba valorando todo lo que hacía por él. Nunca le enseñaron a ser agradecido, porque normalmente, es a él a quien agradecen.

Quería iniciar una conversación sin saber cómo, así que solo dijo lo que le vino a la mente―: Esas bolas tuyas son hermosas.

Daimon se giró a verlo con una expresión difícil de descifrar, entre la sorpresa y diversión. Se había quitado la venda y vuelto a poner alrededor de su muñeca desde hace un tramo, y se podía notar que no había esperado, ni en un millón de años, ese comentario tan torpe.

No se dio cuenta de lo estúpido que había sonado y la manera en la que podía ser interpretado, hasta que miró la reacción del hombre junto a él― Las de fuego. Digo, son geniales. No tenía idea de que podías hacer algo como eso. Increíble.

Agradeció que la luz fuera una miseria, sino, pasaría el doble de vergüenza.

―... Gracias.

Juntó valor para no dejar morir la conversación― ¿Cuándo aprendiste a hacerlo?

Daimon volvió la vista al frente y le contestó con una mirada de reojo― Cuando escapé de Tinopai y... volví a la normalidad, desde ese entonces, fui capaz de hacer muchas cosas que no sabía. Entre ellas, estas bolas de fuego que obedecen mi voluntad.

Sus ojos se clavaron en Anselin y este desvió los suyos con culpa, asintiendo.

―Si te gustan, puedes tocarlas. No te quemaran ―dijo Daimon con una sonrisa diminuta.

Una de las bolas de fuego se deslizó en el aire lentamente frente a él. Este levantó su mano, y el fuego se apoyó sobre su palma. Era cálido, pero no quemaba. Se sentía suave como una seda que acariciaba su piel con el vaivén de las llamas. Era realmente encantador.

El Príncipe Heredero y el Demonio del bosqueWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu