13; Masacre en la posada

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A donde sea que el Príncipe fuera, los soldados de Tinopai estaban allí como si conocieran y predijeran cada uno de sus movimientos. Era realmente frustrante.

Otra vez, no está de más volver a mencionar que su reino es famoso por muchas cosas (estaba orgulloso de ello y no se cansaría de repetirlo), y una de ellas era su enorme ejército. A diferencias de otras soberanías, Tinopai era de los pocos reinos que permitía el alistamiento tanto de hombres como mujeres para servir al país. De esta forma el incremento de soldados dispuestos a dar la vida por su patria crecía todos los años.

Como soldados no le faltaban, el Rey los había mandado a cada rincón para que lo encontraran. Anselin comenzaba a pensar en ellos como algo similar a las ratas: a veces no las ves, pero están ahí.

Tuvo que recurrir a diferentes métodos de camuflaje para escabullirse con libertad: máscaras, disfraces e incluso maquillaje.

Pero el día de hoy, Anselin pensó que sobrepaso sus límites.

Temprano en la mañana llegó a las puertas de una ciudad a orillas del mar. Pertenecía al reino de Ilac que era conocido por proveer alimentos marinos, pero sobre todo por ser una ciudad que continuamente era atacada y habitada por piratas. Era un reino débil de armamento y fuerza militar, por lo que los volvía una presa fácil.

Anselin se dirigió allí guiado por los rumores de que últimamente cosas extrañas sucedían y no todo se debía a los asaltantes. Pero al llegar a la gran puerta que daba entrada a la ciudad, se encontró con que estaban siendo resguardadas por centinelas, y dos de ellos eran de Tinopai.

Al ser una ciudad que solo era dividida por unos muros de la otra con la que limitaba, era natural que sea custodiada; sobre todo para asegurarse de que nadie indeseado saliera de Ilac.

Se quiso revolcar en el piso de solo pensar que a partir de ahora, estarían sus soldados parados frente a las puertas de todas las ciudades a esperarlo.

Chasqueó la lengua con desagrado y miró a sus alrededores.

Estaba en medio de un pueblito campestre de casas rusticas y puestos callejeros. Se escabulló por el jardín de una de las viviendas y robó del tendedero lo único que había colgado.

Cuando terminó de vestirse en la intemperie, pero oculto detrás de las precarias paredes, suspiró pesadamente.

Anselin no tuvo más opción que disfrazarse de mujer.

¡No era para nada humillante! ¡No hay razón para sentirse avergonzado! ¡Era una mujer muy guapa!

Su bella madre le había dado un rostro hegemónico que no levantaría sospechas si se fijaran en él omitiendo su altura. Entonces se cubrió la mitad con un velo turquesa que también utilizó para ocultar su cabello ahora más largo por el pasar de los meses, pero que seguía siendo muy corto para ser el de una mujer.

Se disculpó en voz baja con a quien le haya robado la ropa y volvió a las calles meneando ligeramente las caderas. Rogaba que nadie lo descubra, porque si lo hacían entonces él mismo acabaría con su vida en ese instante.

Cuando estuvo frente a la puerta, dos guardias de la ciudad se pararon en frente prohibiéndole el paso.

― ¿Qué asuntos tienes en Ilac?

Uno de ellos cuestionó mientras lo miraba de arriba abajo. Anselin tragó en seco y actuó con naturalidad.

Imitando una voz dulce, teniendo de referencia la de su prometida, dijo―: Mi hermana vive allí, supe que enfermó así que iré a visitarla.

El Príncipe Heredero y el Demonio del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora