19; Juramento nupcial

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­­Capitulo 19

"Juramento nupcial"

N.A:  EN ESTE CAPITULO HAY MENCIÓN AL SUICIDIO.

En algún lugar remoto del castillo, los sirvientes dejaron el cuerpo del Príncipe sobre lo que podría ser una cama de piedra, o en un peor caso, un altar. No supo con exactitud dónde fue llevado. Durante el largo camino, lo único que pudo ver fueron los techos rojo sangre, adornados con sedas de tonos más claros.

Estar atrapado dentro de su propio cuerpo era la situación más desesperante por la que había pasado jamás. Era como si hubiera dejado de pertenecerle, convirtiéndose en una prisión de piel y carne. Ser consiente de todo lo que sucedía a su alrededor solo empeoraba las cosas, llevándolo casi al borde de la locura

No supo por cuanto tiempo estuvo intentando mover, aunque sea, un dedo –de los nueve que ahora le quedaban–. Su cabeza no quería enfocarse en el objetivo; parecía más interesada en repetir palabras de autodesprecio.

En este tiempo, o más bien, desde que conoció a Daimon y resurgió el tema de los demonios, no paró de darse cuenta lo insignificante, débil e incapaz que en realidad era. Le traía sentimientos extraños. Por supuesto, siempre lo supo; en lugar de llamarlo "Príncipe", "actor" o "farsante" hubieran sido palabras más acertadas para describirlo. Se había convencido y obligado a sí mismo a ser quien todos quería que fuera, que hasta se lo creyó. Ahora que ya no era capaz de hacer algo, era como si fue bajado de un flechazo de la cima en la que había estado parado y luciéndose como un héroe.

Desde luego, este era un golpe muy fuerte a su falsa autoestima.

Pero por otro lado más contradictorio, nunca comenzó a sentirse tan humano y propio como desde entonces. Como se mencionó; eran sentimientos realmente extraños y confusos.

Acompañado de los malos comentarios que no dejaba de hacerse a sí mismo, siguió con la labor. En cuanto más rápido fuera capaz de volver a defenderse, más rápido sacaría a Daimon del problema en el que lo había metido.

Por sobre todo: se hartó de ser la damisela en apuros.

¿¡Qué clase de giro era este!? ¡Su papel era salvar damiselas en apuros, no convertirse en una! ¿Por qué seguía metiéndose en problemas?

De repente las palabras de Erpeton vinieron a su cabeza, haciendo que dejara de esforzarse: "Tengo su vida en mis manos. Si muero, él muere conmigo." No fue difícil llegar a la conclusión de que prefería morir de una vez, en lugar de que Daimon estuviera atado a la esclavitud por él. El problema seguía siendo que no podía moverse para hacerse cargo de sí mismo y dejar de ser un estorbo.

La puerta de la prisión se abrió con un rechinido que trató de ser amortiguado. Anselin se alarmó al no poder ver de quién se trataba.

―Sir caballero... ―dijo una voz― ¿Qué males está pagando para acabar de esta forma?

Reconoció la voz burlona casi de inmediato.

Su memoria era como la de un elefante. No existía la posibilidad de que olvidase un rostro o una voz. Estaba convencido que ese clamor coqueto pertenecía a la muchacha que había conocido una vez en el burdel. Casi se puso contento, pero la emoción duró muy poco cuando recordó en qué tipo de lugar estaba.

En la oscuridad, la mujer parecía dar pequeños pasos dando la impresión de que se deslizaba hasta él. Tomó una pequeña vela que había cerca de Anselin y la encendió.

Anselin no pudo verla hasta que la muchacha inclinó su cabeza sobre él, con la figura iluminada por la tenue luz. Si pudiera abrir más los ojos, sin duda se hubieran desorbitado por la impresión.

El Príncipe Heredero y el Demonio del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora