16; Una promesa

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Capitulo dieciséis

"Una promesa"

Anselin corrió con la intención de ayudarlo, pero solo pudo hacer unos cuantos pasos antes de que diez demonios saltaran de diferentes direcciones para acorralarlo.

­Diez era un numero bajo en comparación con todos los que estaban sobre Daimon, pero eran demasiados para Anselin. La vez pasada no había podido con uno, una décima de ellos era pedirle que esperara un milagro.

Para su desgracia, desde hace mucho que las estrellas dejaron de alinearse a su favor. Y para su fortuna, él seguía siendo hábil para pelear. Pateó a quienes intentaron acercarse, haciéndolos volar y estrellarse contra el piso. Pero más allá de su voluntad por defenderse, seguía siendo un humano común y corriente sin La Lotus. Bastó que se descuidara una milésima de segundos, para ser capturado desde la espalda. Mientras uno lo inmovilizó presionando su cuello, los otros se apresuraron a sujetar sus brazos y piernas, levantándolo del suelo.

En el momento que sus pies dejaron de tocar el piso, perdió toda la calma que había mantenido hasta ahora. Forcejeó en un exhaustivo intento de soltarse, a la vez que vociferaba cualquier tipo de grosería que pasaba por su mente en un momento tan crítico. De golpe enmudeció. Oyó el sonido de su ropa rasgarse y el frío le toco la piel, provocando que su garganta se contrajera y su rostro pierda todo color. 

Como si estuvieran excitados abriendo un regalo, los demonios le despedazaban la ropa con bruscos tirones. Largos hilos de saliva colgaban de sus bocas, hasta caer sobre el Príncipe. El rostro se le arrugó con espanto y desesperación, al sentir las ásperas manos sobre su piel.  

Para los demonios era como pelar un maní antes de llevarlo a la boca, pero sus verdaderas intenciones eran dejarlo como una vara humana y llevárselo al Emperador. Ganarían muchos méritos entregándole al heredero de los humanos en una forma tan miserable y humillante.

Cada uno tomó una extremidad y comenzaron a tirar de ellas en sentidos opuestos. Lo hacían con lentitud, torturándolo un poco  a modo de juego,  antes de desmembrarlo. 

Por supuesto que a Anselin no le hacía ninguna gracia quedarse sin brazos y piernas. Gritó con fuerza, lastimándose la garganta―¡¡¡DAIMON!!! ¡¡¡DAIMON!!!

Sentía sus carnes estirarse y a punto de dislocarse. El dolor era insoportable hasta enloquecerlo. Incluso deseo que le arrancaran el corazón en su lugar. 

Cerró los ojos con fuerza y gritó, sintiendo sabor a oxido en la boca.

Daimon estaba inmovilizado debajo de cientos de demonios, que lo habían sujetado incluso del cabello, para impedir cualquier mínimo movimiento. Los gritos desesperados del Príncipe llegaron a sus oídos, provocando que su corazón empezara a latir con violencia y le hirviera la sangre. El iris de sus ojos se volvieron de un  rojo brillante, y las pupilas se contrajeron hasta casi desaparecer. 

El tumulto de demonios tembló. Varias partes; brazos, piernas y cabezas, volaron como proyectiles. Daimon se abrió paso creando un hueco de su tamaño, cortando y perforando los cuerpos como si fueran simple papel. 

Salió empapado de sangre y con restos de carne colgadas en el cuerpo. Su nariz y boca exhalaba una pequeña cantidad de humo oscuro. Inconscientemente volvió a su verdadera forma, aquella que se esforzó este ultimo tiempo en mantener oculta. 

Los demonios no perdieron el tiempo y se dispersaron con rapidez, para atacarlo una vez más. Fueron estúpidos al creer que podrían si quiera acercarse a él. Si Daimon no había hecho algo antes, solo fue porque Anselin se lo pidió. Ahora que estaba fuera de sí, asesinó a quien se atrevió siquiera a pararse frente a él para impedirle llegar a Anselin.

El Príncipe Heredero y el Demonio del bosqueWhere stories live. Discover now