Capitulo 6

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Candy se quedó parada absorta viendo como su bebé se acomodaba en la cuna para dormir. Acababa de darle de comer, y como siempre su pequeño príncipe se quedaba dormido. Tocó su pecho, sintió los fuertes latidos de su corazoncito, sonrió le encantaba verlo dormir, y escuchar su corazoncito. Lo arropó muy bien con la manta y apagó la lámpara cerca de la cuna. Caminó hasta la ventana y se quedó allí mirando como afuera nevaba. Se sentía molesta, muy molesta con Albert. Miró hacia la puerta que separaba sus habitaciones, quiso traspasarla, pero sabía que no era correcto. Si él quería que ella lo perdonara tenía que ser el quien debía dar el primer paso.

Había llegado del hogar de Pony después de año nuevo, Albert no se apareció a buscarlos hasta entonces, Candy había pasado la navidad y el fin de año con su hijo en el hogar, sin saber nada de él. Apenas entró a Lakewood, el patriarca de los Andrew la llenó de excusas. Candy podía entender que de Albert dependían muchas personas, las empresas, prácticamente toda la familia Andrew. Pero a dónde quedaba su pequeña y verdadera familia, ella y su pequeño príncipe. Como en otras ocasiones Albert llegó cargado de regalos para ella y el bebé, Ropa finísima, juguetes con los que William todavía no podía jugar y joyas para Candy. Esta vez le trajo una hermosa gargantilla de diamantes. Candy recibía los regalos a regañadientes, ya ni siquiera le decía que era innecesario, las veía las admiraba y las guardaba en su peinadora.

Esa noche cenaron en silencio. Ella solo usaba sí o nos para comunicarse con Albert. El comenzaba a mostrarse molesto.

—Candy ¿qué quieres que haga?

—Nada, no quiero que hagas nada.

—Ya te lo expliqué muchas veces, es mi trabajo tuve que atender muchos compromisos... tengo reuniones interminables, juntas de negocios.

—Está bien, no tienes que darme más explicaciones. Termine de comer, perdona iré a ver a William ya debo dormirlo.

Albert le tomó de la mano y la besó... te espero, le dijo.

Candy sabía lo que eso significaba, él la estaría esperando en su habitación, era la rutina que habían adoptado desde que el bebé nació y volvieron a tener relaciones, era Candy la que iba en las noches a su cama. Y no intimaban desde que Albert de había ido a Nueva York.

Cuando Candy entró a su habitación fue directamente a la puerta que comunicaba la suya con la de Albert y la cerró con todas sus fuerzas. Tenía que tener fuerza de voluntad, no lo complacería no esta vez.

Habían pasado tres días desde que eso había ocurrido, Albert no se movió de Lakewood incluso mando a Georges a Chicago y le pidió que se encargara él unos días de los negocios, mientras que él se quedaría con su pequeña familia en la mansión de las rosas. Por dos noches había esperado a Candy en su cama y la puerta de la habitación no se había abierto.

En su propia habitación Candy también se lamentaba, durante esos días él se había mostrado atento y cariñoso, con ella y el bebé, pasaban ratos en la cama haciéndoles cariños a William, los dos padres. La rubia pecosa le permitió un leve acercamiento, algunos abrazos, que le tocara las manos, pero nada más. Ella quería que él la entendiera, que supiera reconocer que le había fallado al verlos dejados solos en la navidad.

Ella estaba descuidada viendo por la ventana, había comenzado a nevar de nuevo, solo pensaba. No se dio cuenta que Albert había entrado hasta que sintió sus brazos rodeándola, sus labios besando su cuello.

—Candy, qué pasa hasta cuando estarás molesta conmigo.

Él le dio vuelta y ella agachó la mirada.

—Candy mírame por favor.

Candy lo miró con las esmeraldas encendidas. Albert se sintió más atraído que nunca por ella, acercó sus labios a los de ella, y así encima le habló.

Mi PecadoWhere stories live. Discover now