Capítulo 10

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Boston 28 de septiembre de 1922.

Día del cumpleaños de William.

Desperté violentamente por el ruido de la puerta, había llegado muy tarde de mi turno en el hospital, me sentía muy cansada. Los golpes en la puerta fueron más claros y me levanté de bruces y corrí hasta la entrada... Abrí de inmediato sin pensar en mi aspecto... Era Albert con un precioso caballito de madera.

—¡Albert! Dije con sorpresa

— Buenos días Candy. 

— Buenos días...

— Olvidaste que venía?

—no, no claro que no, es que tuve un turno muy largo ayer, llegué muy tarde anoche...

— Estaba durmiendo. Esta precioso le encantara... le dije mirando el caballito de madera... ya camina.

— En serio... Él duerme?

— Sí, despertó en la madrugada y ahora duerme. Qué hora es?.

— Las diez de la mañana.

— Quieres un café...vamos a la cocina no nos quedemos parados aquí...

Era la primera vez que Albert nos visitaba, se quedó parado en medio de la sala observando todo. Quizás viendo la humildad de mi nuevo hogar. Cuando volvió a verme vi un brillo de nostalgia en sus ojos azules.

— Me recuerda nuestro departamento del Magnolia, se parece mucho Candy.

Si era cierto, era bastante parecido al Magnolia.

— Sí, aún lo recuerdas?.

— Nunca podría olvidarlo, fuimos muy felices ahí.

Ay Albert, pensé, seriamos tan felices todavía si nos hubiéramos devuelto juntos al Magnolia con nuestro hijo y hubieras podido apartarte de tus responsabilidades.

— Quieres un café... Vamos a la cocina.

— Está bien.

Sorpresivamente Albert se quitó su saco, se desató la corbata, se arremango la camisa y me dijo que me sentara.

—Te molesta que te prepare el desayuno?

— No apenas pude articular...

Comenzó a rebuscar en el refrigerador y en los gabinetes... yo no me había dado cuenta, pero mi cocina estaba vacía. Albert estaba cambiado, estaba más delgado y con el rostro cansado, lo observé mientras revisaba.

— Candy no tienes nada de comer? Qué pensabas comer, qué pensabas darle de comer al niño.

— Una taza de avena como siempre y algo de fruta... 

— No tienes leche, ni huevos, ni fruta. 

— Es porque no está Dororthy, nada funciona en esta casa sin ella... Fue a Nueva York a cuidar a su tía se fue anoche en el último tren. Regresa mañana. 

— Bien, vuelve a la cama...me puedes dar la llave. 

— La llave? 

— Iré a la tienda a comprar víveres y regresaré enseguida. 

— Albert no es necesario... 

—¡Claro que lo es! Me dijo más serio.

No podía discutirle. Era cierto, no tenía ni siquiera para darle de comer a William, tenía algo de dinero, con eso hubiese comprado en la tienda apenas al despertar.

— Esta colgada al lado de la puerta.

— Bien, vendré en un rato.

Volví a la cama...me dormí de nuevo. Cuando desperté otra vez me llevé un susto de muerte, William no estaba en su cuna. En ese instante de locura no recordé que Albert había estado en el departamento. Corrí a la cocina y ahí estaban los dos, olía delicioso, Albert había cocinado para los tres. Y le daba de comer a nuestro príncipe, que estaba feliz, sonriéndole a su padre. Albert también se veía tan feliz. Había vuelto el Albert que yo había conocido. No el patriarca de los Andrew, no el empresario millonario. Era mi Albert.

Mi PecadoWhere stories live. Discover now